“Tratar un ataque al corazón antes de que suceda”. Parece la trama de Minority Report, la película de ciencia ficción de Tom Cruise en la que se podían ver los asesinatos antes de que ocurrieran.
Pero es el título con el que Instituto Weizmann de Ciencias comunicó al mundo desde Israel el hallazgo de un tratamiento preventivo que choca con nuestro sentido común.
Realizado en ratones sanos, el procedimiento mejoró la recuperación de estos roedores tras una lesión cardíaca posterior.
“Imagínense recibir un tratamiento para un corazón joven perfectamente sano que permitiría recuperarse de una lesión devastadora décadas más tarde“, detalla el informe.
Hasta no hace mucho tiempo, el laboratorio del profesor Eldad Tzahor, que en el instituto se dedica a estudiar la regeneración del tejido cardíaco, también consideraba ficción la posibilidad de que existiera un procedimiento así de anticipatorio.
Pero Tzahor y su equipo lograron activar un mecanismo celular en corazones de ratones sanos que los hace resistentes a futuros ataques cardíacos. Incluso si esos episodios ocurren varios meses después de recibir el tratamiento.
Lo primero que hay que aclarar -y es algo que remarcan los investigadores- es que este tratamiento “está muy, muy lejos de ser aplicable a los humanos“.Las proteínas responsables de la contracción del músculo cardíaco (verde) son abundantes en un corazón sano (izquierda) y en un corazón cuyas células musculares tuvieron una rediferenciación exitosa después de una lesión (centro).
Pero los hallazgos publicados este miércoles en Nature Cardiovascular Research ya resetean la comprensión clásica de las capacidades regenerativas del corazón.
“Apunta a nuevas vías de investigación que examinan el tratamiento cardíaco no solo después de que ocurre el daño, sino desde una posición preventiva que aumenta la capacidad de recuperación de una lesión incluso antes de que ocurra”, dice Tzahor, desde el Departamento de Biología Celular Molecular del Weizmann.
Un gen como “interruptor” del corazón
El estudio se centró en ratones modificados genéticamente cuyos cardiomiocitos (las células que forman el tejido del músculo cardíaco) sobreexpresan un gen que desencadena la división celular en estos roedores y otros mamíferos, incluidos los humanos.
Los científicos de este laboratorio ya habían descubierto que el gen ERBB2 provoca la división celular en los cardiomiocitos, un hecho notable porque cerca del momento del nacimiento estas células pierden su capacidad de multiplicarse.
“Durante el desarrollo fetal, a nuestras células se les asignan diferentes roles (nervios, córnea, músculo cardíaco, son algunas) a través de un proceso llamado diferenciación”, explica el doctor Avraham Shakked, que lideró el estudio.
“Ese proceso se caracteriza porque en un extremo están las células madre, que son indiferenciadas y capaces de dividirse y producir varios tipos de células, y en el otro están las células altamente especializadas, como los cardiomiocitos, que ya no pueden dividirse después de diferenciarse. Son muy efectivas en su función, pero el tejido que componen no se regenera de forma natural”, sigue.
Esta es una de las razones por las que los episodios cardíacos son tan dañinos: destruyen una gran cantidad de cardiomiocitos que el cuerpo no puede “reponer”. Quienes sobreviven a un ataque suelen continuar sus vidas con un rendimiento cardíaco reducido.
Cuando, en estudios previos, el equipo de Tzahor logró desencadenar la división de los cardiomiocitos activando brevemente ERBB2 en estas células, la función cardíaca general en realidad disminuyó temporalmente, en vez de mejorar.
Esto pasó porque los cardiomiocitos que expresaban ERBB2 se desdiferenciaron, lo que significa que volvieron a un estado menos especializado, más cercano al del corazón fetal. Esto, a su vez, limitó su capacidad de contracción, que es necesaria para que el corazón funcione bien.
Pero una vez que se detuvo la sobreexpresión, los cardiomiocitos se rediferenciaron, es decir, se volvieron altamente especializados nuevamente, y el rendimiento cardíaco mejoró.
En el nuevo estudio, los científicos buscaron comprender qué les sucede a los corazones “rejuvenecidos” por ERBB2 y cómo, exactamente, volvieron a funcionar normalmente una vez que se “apagó” el gen.
“Habíamos asumido que todo vuelve a la normalidad después de que ERBB2 se apaga en los cardiomiocitos. Sin embargo, aquí estábamos viendo un patrón genético diferente (sobreexpresión en algunos genes y subexpresión en otros) después de la activación de ERBB2. En otras palabras, encontramos efectos a largo plazo”.
Esto hizo que Shakked y Tzahor se preguntaran si la expresión de ERBB2 podría calibrarse para mejorar el rendimiento cardíaco.
“Nos hizo pensar que ERBB2 no era solo un interruptor que evita la diferenciación, sino parte de un mecanismo que podría hacer que el corazón fuera más joven y resistente”, dice Tzahor.
Para probar esta hipótesis, invirtieron el orden de sus experimentos anteriores con ERBB2. En lugar de activar el gen en ratones no sanos para que sus cardiomiocitos se dividieran, primero lo activaron en ratones sanos durante unas semanas y luego desactivaron el gen de nuevo.
“Los datos nos dejaron con la boca abierta”, recuerda Tzahor. “Habíamos encontrado una fuente cardíaca de juventud en esos ratones, una forma novedosa de hacer que el corazón fuera más joven y más fuerte”.
Actualmente, el equipo de investigación está examinando una serie de hipótesis sobre los mecanismos a través de los cuales una sobreexpresión breve del gen ERBB2 podría ayudar a los ratones a sobrevivir a futuros daños cardíacos.
Una posibilidad es que el gen desencadene una serie de cambios que permitan que más cardiomiocitos sobrevivan a la falta de oxígeno, que es característica de los ataques cardíacos y que es particularmente destructiva para los cardiomiocitos.
El equipo descubrió que un ratón cuyo ERBB2 se había activado temporalmente cuando tenía tres meses se recuperó de una lesión cardíaca importante que ocurrió cinco meses después.
“Si traducimos esto a años humanos, es comparable a un tratamiento en alguien a los 18 años que le permite sobrevivir a un ataque cardíaco a los 50 años”, dice Tzahor.
Sin embargo, este tipo de tratamiento en la actualidad está lejos de ser aplicable a los seres humanos. “Estamos reduciendo la función de los cardiomiocitos para permitir que se restablezcan en el futuro”, explica Tzahor.
“Desde una perspectiva clínica, esta es una intervención extrema y drástica. Aún así, al menos en principio, nuestra investigación podría conducir a una forma de tratar a las personas que tienen un alto riesgo de ataque cardíaco, incluso antes de que estos ataques sucedan”.
Las secuelas de un infarto
La enfermedad cardiovascular es la principal causa de muerte a nivel mundial en hombres y mujeres. Las Estadísticas Vitales 2020 muestran que en Argentina también ocupan el primer lugar.
Empecemos por los síntomas. Entre los signos de alerta de un infarto del miocardio el más importante es el “dolor de pecho”. Que suele durar unos 20 minutos.
“El dolor, opresivo, suele irradiarse al brazo izquierdo, al cuello, a la mandíbula, a veces a la espalda. Algunos pacientes hablan de ‘falta de aire'”, explica a Clarín Alejandro Hershson, jefe de Cardiología de la Fundación Favaloro y ex presidente de la Sociedad Argentina de Cardiología.
Ante estos síntomas, insiste el cardiólogo, la clave es ir inmediatamente a una guardia. “Con una angioplastia podemos destapar la arteria ocluida. Con un stent o medicamentos fibrinolíticos”, marca.
Una vez qué sucede, ¿cuáles son las secuelas?
“Si el infarto es muy extenso, se corre el riesgo de quedar con una miocardiopatía. El corazón se agranda, bombea menos y esto puede evolucionar a un cuadro de insuficiencia cardíaca, que es una causa importante de invalidez. Algunos de estos pacientes van a requerir después una angioplastía con stent o un bypass“.
El control de los factores de riesgo (no fumar, tener controlada la diabetes si se la padece, medirse la presión, tener el colesterol “malo” por debajo de 55 miligramos por decilitro de sangre) disminuye la probabilidad tener nuevos infartos.
Por eso el experto invita a que pacientes y no pacientes cardíacos “conozcan sus números”.
“Sólo el 30% alcanzan las metas de colesterol que buscamos, de al menos de 70 miligramos por decilitro de sangre. Y sólo el 16% llega a menos de 55”, indica Hershson.
¿Se puede prevenir un infarto? Las enfermedades cardiovasculares tienen su carga genética, pero lo determinante en la mayoría de los casos es el estilo de vida.
“Una forma de prevenir un infarto es disminuir el consumo de sodio (no más de dos gramos de sal por día, que es igual a una cucharada de café) y de alimentos ricos en grasas. Es muy importante estimular la actividad física aeróbica (caminar, andar en bicicleta, nadar), 150 minutos por semana o 30 minutos 5 veces por semana”, remarca.
Emilia Vexler/Clarin