¿Qué se comió en la Última Cena? Arte, misterio y reinterpretaciones

La Última Cena, uno de los episodios más representados de la Biblia, es también uno de los más misteriosos. Mientras Jesús anunciaba que uno de sus discípulos lo traicionaría, los evangelistas apenas detallaron qué se sirvió en la mesa. Sólo se mencionan el pan ácimo, el vino y el cordero, alimentos propios de la Pascua judía. Sin embargo, el arte se encargó de llenar esos vacíos con imaginación, provocación y hasta crítica política.

La versión más icónica, pintada por Leonardo da Vinci entre 1495 y 1498, marcó un antes y un después. No sólo rompió con las convenciones medievales al cambiar la forma de la mesa y el estilo compositivo, sino que también alteró el menú original. En lugar de cordero, se sirvieron trozos de anguila, un alimento prohibido en la tradición judía. Algunos creen que esta elección refleja el posible vegetarianismo de Da Vinci; otros, una provocación ante la presión que recibía para terminar la obra.

Pero no fue el único en desafiar la escena tradicional. En el siglo XVIII, el pintor amerindio Marcos Zapata representó la Última Cena en la Catedral de Cuzco con un menú decididamente andino: cuy, tortillas de maíz y papaya. Esta adaptación local, lejos de ser un capricho, es leída por historiadores como un gesto de resistencia cultural y una apropiación simbólica del relato bíblico desde América Latina.

También el lugar de la cena ha sido reformulado. En 1573, Paolo Veronese trasladó la escena a un suntuoso palacio veneciano repleto de invitados vestidos a la moda, bufones y hasta borrachos. El escándalo fue tal que fue citado por la Inquisición. Su respuesta fue simple pero efectiva: cambió el título del cuadro a Cena en casa de Leví y evitó la censura.

En el siglo XX, los artistas contemporáneos llevaron la reinterpretación aún más lejos. Salvador Dalí situó la escena dentro de un dodecaedro con vistas surrealistas al mar. Andy Warhol serializó a Cristo como si fuera Marilyn Monroe, y Ai Weiwei, en su obra La última cena en rosa, cambió el rostro de Judas por el suyo, convirtiéndose en el traidor de su propia historia.

A lo largo de los siglos, la Última Cena ha sido mucho más que un relato religioso. Fue el punto de partida para una reflexión sobre el arte, la identidad, la política y la comida. La pregunta “¿qué se comió aquella noche?” sigue sin una respuesta clara, pero los artistas han demostrado que ese vacío es, precisamente, un espacio fértil para la creación.