Metal vs. Cumbia: crónica de una guerra sonora que dividió a una generación

Hubo una época, no tan lejana, en la que decir que te gustaba Damas Gratis en un recital de Almafuerte podía ser una provocación tan peligrosa como llevar la camiseta equivocada en la tribuna rival. Y viceversa.

Durante fines de los años 90 y principios de los 2000, las calles, las plazas, los colegios y hasta los colectivos urbanos fueron escenarios improvisados de una rivalidad visceral entre metaleros y cumbieros. No era solo una disputa de estilos musicales. Era una lucha simbólica por la identidad, el territorio y el respeto en un país socialmente partido.

De la guitarra al cuchillo: cuando la estética era excusa para la violencia 🩸

Los hechos están documentados. En 2003, diarios como Clarín y Página/12 reportaban peleas callejeras entre grupos de jóvenes “tribus urbanas”. En muchos barrios del conurbano bonaerense, como Laferrere, Lomas de Zamora o San Miguel, las agresiones eran frecuentes y explícitas: metaleros de remeras negras con parches de Megadeth enfrentaban a cumbieros con gorras ladeadas y parlantes portátiles a todo volumen.

Se hablaba incluso de “zonas peligrosas para escuchar lo que no corresponde”. Algunos colegios secundarios llegaron a prohibir el uso de ciertas remeras o símbolos para evitar peleas.

Una crónica de 2004 del diario Perfil describía un enfrentamiento entre grupos de adolescentes en San Justo: la policía tuvo que intervenir cuando una marcha cumbiera se cruzó con una “gira metalera” en la misma plaza. Hubo corridas, insultos, piedrazos y, cómo no, teorías conspirativas sobre quién empezó primero.

¿Rebeldía contra el sistema o lucha entre pobres?

Lo más paradójico (y triste) del asunto es que ambas tribus se rebelaban contra lo mismo: la exclusión, el aburrimiento, la precariedad y la falta de futuro. Pero en lugar de unir fuerzas, canalizaban su bronca unos contra otros.

Los metaleros acusaban a la cumbia villera de ser “alienante”, “machista”, “vulgar”. Los cumbieros veían al metal como “elitista”, “raro” y “maricón” (sí, el prejuicio era parejo). Dos lenguajes nacidos del margen, enfrentados por estética y sonido, sin saber que en el fondo eran dos ramas del mismo árbol de frustración juvenil 🌳💔.

El nuevo siglo trajo paz (y colaboraciones impensadas)

Hoy, en plena era del algoritmo, esa enemistad suena tan arcaica como el ringtone del Nokia 1100. La cultura pop se volvió híbrida: los chicos que escuchan El Mató también bailan a L-Gante, y los nietos de los metaleros de los 90 comparten parlante con los hijos de los cumbieros. Hasta hubo cruces musicales: Ricardo Iorio, patriarca del metal argentino, dijo haber escuchado cumbia “porque también es del pueblo”. Y Pablo Lescano sampleó riffs guitarreros en temas como “El Hijo de Cuca”.

Los festivales multiculturales, la democratización del streaming y la muerte de los géneros puros sellaron la paz que miles de sermones escolares no lograron imponer.

Conclusión: una guerra absurda… pero reveladora ⚔️🎶

Lo que ocurrió entre cumbieros y metaleros no fue solo una moda violenta. Fue una radiografía brutal de cómo el clasismo, la identidad y la necesidad de pertenecer pueden transformarse en odio sin causa. Fue un espejo distorsionado de una sociedad que, como siempre, busca culpables abajo cuando no se atreve a mirar arriba.

Y fue, también, un recordatorio de que hasta la música —ese arte que debería unir— puede ser usada como trinchera.