El 3 de junio de 2025, en una de las estaciones más concurridas del metro de Tokio, un empleado de limpieza hizo un hallazgo que haría palidecer a cualquier inspector de objetos perdidos: un pequeño contenedor médico, de esos que suelen verse en quirófanos, estaba abandonado bajo uno de los asientos. Al abrirlo, con la serenidad metódica que caracteriza a los trabajadores nipones, descubrió lo impensado: un cerebro humano conservado en solución refrigerante, perfectamente etiquetado, pero indudablemente fuera de lugar.

El personal del tren, que ha encontrado desde paraguas hasta oboes olvidados, no supo cómo reaccionar. Llamaron de inmediato a la policía, que a su vez derivó el caso a los servicios sanitarios. Lo que siguió fue una investigación exprés que reveló una verdad tan inquietante como absurda: el cerebro pertenecía a un instituto médico de investigación neurológica y había sido extraviado durante un traslado entre laboratorios.
El escándalo, por supuesto, fue mínimo: Japón no pierde la compostura ni cuando pierde la mente. El comunicado oficial fue breve y exacto como un haiku:
“El material biológico ha sido recuperado sin daños y devuelto a la institución correspondiente. No se reportan riesgos para la salud pública”.
Pero en redes sociales, la historia se viralizó con una pregunta tan lógica como inevitable:
¿A quién se le ocurre olvidarse un cerebro en el subte?
La frase “olvidarse el cerebro en casa” ya era un clásico argentino para justificar torpezas. Pero en Japón, como en tantas otras cosas, decidieron llevar la metáfora al extremo literal. Lo que en otros países sería una escena de terror médico, en Tokio fue apenas un accidente logístico con final feliz y etiquetas bien pegadas.

¿Y el cerebro? Según trascendió, era parte de una colección destinada a estudios sobre enfermedades neurodegenerativas. Afortunadamente, no era un “donante anónimo”, sino una muestra con trazabilidad completa y permisos vigentes. Es decir: legal, útil y, ahora, algo famoso.
Irónicamente, lo más sensato de esta historia no está en el contenido del frasco, sino en lo que revela sobre nosotros: el humano puede diseñar trenes de alta velocidad, inventar vacunas en meses o explorar Marte, pero aún así… es capaz de olvidarse la mente en una estación si tiene el celular en la mano y el café mal tapado.