Hay quienes viajan por curiosidad, otros por escape. Algunos lo hacen por romance, por trabajo o por simple costumbre. Pero si uno observa con atención las valijas argentinas, cargadas con más anhelos que ropa, descubre un mapa afectivo antes que geográfico. Booking.com lo confirma en su estudio sobre “Tendencias de Viaje 2025”: los argentinos no viajan sólo para moverse —viajan para reencontrarse, reconectar, recomenzar.

Entre el estrés y la necesidad de respirar
El 73% de los encuestados aseguró que su motivación principal es la relajación. No es difícil entender por qué. La Argentina moderna es un país donde el lunes ya huele a domingo y el feriado se vive como un derecho humano. Vivir bajo presión económica crónica, con inflación galopante y noticias que oscilan entre la tragedia y la sátira, convierte al descanso en una forma de supervivencia emocional.
Entonces, cuando un argentino arma la valija, no está empacando shorts y cargadores: está empacando su derecho a exhalar.
Viajar como acto de amor
Aunque la postal clásica del viaje suele mostrar playas o paisajes, en el corazón del viajero argentino están los afectos. El 60% viaja por la familia. El 48%, por los amigos. No se trata de a dónde se va, sino con quién. Las vacaciones se han convertido en rituales afectivos, en celebraciones nómadas que buscan convertir la distancia en recuerdo, y el tiempo compartido en algo más duradero que la memoria de una foto.
Hay algo profundamente romántico —y subversivo— en eso: elegir el viaje no por el destino, sino por la compañía.

Naturalmente humanos
El 75% de los encuestados busca belleza natural. No es solo una necesidad estética, sino una forma de reconciliación. Entre tanto cemento, Wi-Fi inestable y ciudades colapsadas, el argentino encuentra en la naturaleza una especie de refugio ancestral. Montañas, ríos, bosques, incluso el mar (ese horizonte que grita sin hablar) funcionan como santuarios emocionales.
Y sí, también están los que van para sacar fotos lindas. Pero incluso ese gesto frívolo esconde una pulsión: capturar lo efímero, atrapar el asombro antes de que se disuelva.
Aprender, perderse, cambiar
Viajar también es un ejercicio de humildad. El 56% de los argentinos lo hace para aprender. El 49%, para salir de su zona de confort. ¿Paradoja? Tal vez. Pero también necesidad: en un país donde la rutina muchas veces se convierte en una lucha, moverse es una forma de recordar que hay otras formas de vivir, otras lenguas, otras siestas, otras maneras de tomar café.
Enfrentarse a lo desconocido —a ese cartel que no se entiende, a ese sabor que no se espera, a esa conversación que incomoda— se vuelve un acto de autoexploración. A veces, incluso de redención.
Viajar: una forma de seguir siendo
En el fondo, este estudio no dice que los argentinos viajan más que otros. Dice que viajan de una manera profundamente humana. Que sus motivos están hechos de vínculos, de agotamiento, de belleza y de preguntas. Viajan porque necesitan una pausa. Porque quieren recordar a quiénes aman. Porque desean desafiar lo que ya conocen de sí mismos.
En un mundo cada vez más funcional, cuantificable y predecible, viajar —como lo hacen los argentinos— sigue siendo una de las pocas formas de rebelión emocional que nos quedan.