La imagen de seis niños posando junto a Ignacio Malcorra, futbolista de Rosario Central, fue el punto de partida de un episodio que difícilmente podría calificarse de trivial. En un contexto ideal, se trataría de un gesto espontáneo, una fotografía inofensiva tomada en un encuentro entre equipos infantiles, sin más implicancias que la ilusión de los chicos. Sin embargo, en Rosario —ciudad atravesada por un histórico antagonismo entre sus dos principales clubes—, esa imagen derivó en una sanción institucional que ha despertado críticas, perplejidades y no pocos interrogantes éticos.

Los niños, de apenas nueve años, pertenecen a la Escuela Malvinas Argentinas de Newell’s Old Boys. Tras la difusión de la fotografía, fueron suspendidos por tres meses, se les retiró la beca que recibían y se justificó la medida como una acción preventiva, supuestamente consensuada con los padres. Desde la dirigencia se argumentó que el club debía preservar su imagen y evitar posibles represalias de sectores violentos. En palabras de Juan Álvarez, encargado de la escuela infantil, “ellos representan a un club tan grande como Newell’s, y Newell’s está por encima de todos”.
Esa afirmación encierra una lógica preocupante. Pretender que un niño de nueve años, por tomarse una foto con un jugador —fuera del contexto de competencia, y sin intención provocadora— transgrede un código institucional, es trasladar a la infancia responsabilidades y rivalidades adultas. Es, en esencia, convertir una lección de convivencia en una advertencia de castigo.
Más grave aún es el trasfondo implícito de esta decisión: el temor a la violencia. Algunos dirigentes hicieron alusión a supuestas amenazas por parte de hinchas o barras, aunque otros padres de los niños desmintieron tales presiones y sostuvieron que la sanción fue una decisión unilateral del club. Este punto, lejos de esclarecer la situación, la agrava: si la dirigencia de una institución formativa actúa bajo el influjo del miedo o para complacer expectativas sectarias, ¿qué modelo educativo ofrece a sus niños?
En este contexto, resultan especialmente pertinentes las declaraciones de Lionel Scaloni, actual director técnico de la Selección Argentina y surgido de la cantera de Newell’s. Consultado sobre el tema, Scaloni afirmó: “Es importante dar el mensaje de que a estos nenes les tenemos que dar el ejemplo de que se saquen la foto con la camiseta de quien sea y el jugador que sea”. Su postura, simple y firme, apela al sentido común y a una ética del deporte que trasciende los colores: la formación de un niño no puede estar supeditada a lógicas de confrontación ni a viejos rencores institucionales.
La antítesis entre la decisión de la dirigencia y las palabras del entrenador nacional no podría ser más clara. Mientras unos eligieron sancionar, otros invitan a comprender. Mientras en Rosario se discutía si la foto era una falta grave, desde la concentración de la Selección se recordaba que el deporte, antes que identitario, debe ser humano.
Este episodio revela una paradoja profunda: el fútbol argentino, que en sus discursos institucionales suele exaltarse como herramienta de inclusión, formación y valores, se comporta, en ocasiones, como un sistema excluyente, regido por códigos informales, presiones de facto y lógicas adultocéntricas. Castigar a un niño por una foto no enseña responsabilidad; enseña temor. No cultiva identidad; cultiva obediencia.
En definitiva, este incidente no habla solo de una foto ni de una sanción puntual. Habla del modo en que concebimos la educación deportiva, del lugar que le damos a la infancia y del tipo de ciudadanía que pretendemos construir desde los clubes. Y si lo que se enseña es que el miedo pesa más que la empatía, que el gesto amistoso puede ser castigado, que los símbolos están por encima de las personas, entonces el problema no son los niños. El problema somos los adultos.