¿Podemos seguir midiendo el progreso de una sociedad solo por su economía? Un nuevo estudio global propone cambiar el enfoque y revela qué nos hace realmente felices.
Durante décadas, el bienestar de una nación se evaluó casi exclusivamente a través de indicadores económicos como el Producto Interno Bruto (PIB), la tasa de empleo o la esperanza de vida. Pero, ¿qué pasa con la felicidad, el propósito, las relaciones humanas? Esas preguntas fueron el punto de partida del Global Flourishing Study, el mayor estudio sobre florecimiento humano jamás realizado, cuyos primeros resultados ya están sorprendiendo al mundo.
El proyecto, impulsado por la Universidad de Harvard y la Universidad Baylor, analizó los datos de más de 200.000 personas en 22 países, incluyendo regiones tan diversas como América Latina, Asia, África y Europa. El objetivo: entender qué significa vivir bien, más allá de los números.
El estudio propone un enfoque holístico y multidimensional del bienestar, basado en seis pilares: felicidad, salud física y mental, sentido y propósito, carácter y virtud, relaciones sociales y seguridad financiera. Estos aspectos permiten una mirada más humana e integral del desarrollo personal y social.
Entre los hallazgos clave, se destaca que las personas con relaciones fuertes, una vida con propósito y conexión espiritual tienden a reportar mayores niveles de bienestar. Estar en pareja, participar activamente en comunidades religiosas o sociales, y sentir que se pertenece a algo más grande son factores que potencian el “florecimiento humano”.
En cambio, la soledad, el desempleo y la falta de sentido vital se asociaron con niveles significativamente más bajos de bienestar, incluso en contextos económicamente estables.
“El objetivo es repensar cómo definimos el progreso humano”, señaló Tyler VanderWeele, codirector del estudio. “Este enfoque nos permite comprender mejor lo que realmente importa para las personas en su vida cotidiana”.
La publicación de los primeros resultados en revistas científicas del grupo Nature representa un llamado a los gobiernos y organismos internacionales para considerar otras métricas a la hora de diseñar políticas públicas. Medir únicamente la riqueza económica no alcanza: lo que define una vida plena también está en los vínculos, la salud emocional y el propósito.
En definitiva, el estudio invita a un cambio de paradigma: dejar de preguntarnos cuánto tenemos, y empezar a preguntarnos cómo estamos viviendo.