En las aguas heladas de lugares extremos, desde lagos congelados hasta costas gélidas, un grupo selecto de atletas ha hecho del frío extremo su aliado: los nadadores de aguas frías. Estos deportistas enfrentan temperaturas bajo cero y desafiantes condiciones que para muchos serían imposibles de soportar. Su práctica no solo sorprende por la fortaleza física y mental requerida, sino porque abre un debate sobre los beneficios y riesgos del frío para nuestro cuerpo —un debate muy parecido al que hoy enfrentan las duchas frías como hábito de bienestar.
Los nadadores de aguas frías entrenan para adaptarse a una temperatura que puede bajar hasta los 0°C o menos, obligando al cuerpo a activar mecanismos complejos para mantener la temperatura interna. La inmersión en agua fría estimula el sistema nervioso, mejora la circulación y puede activar una respuesta inmune reforzada. Pero no es solo cuestión de aguantar el frío: se requiere un control mental intenso, una respiración muy medida y preparación física para evitar el temido choque térmico y la hipotermia.
Mientras las duchas de agua fría son una práctica cada vez más común para quienes buscan revitalizarse, los nadadores profesionales demuestran que el frío es un estímulo poderoso, pero que debe ser manejado con cuidado. Estos atletas no solo soportan el agua helada, sino que también conocen bien sus límites, evitando riesgos como el paro cardíaco o el shock.
Los especialistas advierten que, al igual que para los nadadores, quienes se inician en duchas frías deben hacerlo de forma gradual y controlada. La exposición repentina a temperaturas bajas puede ser peligrosa para personas con problemas cardíacos, hipertensión o respiratorios. Sin embargo, cuando se realiza de manera segura, esta práctica puede activar el sistema nervioso simpático, mejorar la circulación y potenciar el sistema inmune, tal como experimentan los nadadores de aguas frías.
Más allá del cuerpo, tanto nadar en aguas gélidas como ducharse con agua fría genera un impacto positivo en la mente. La liberación de endorfinas, la sensación de logro y el fortalecimiento de la resiliencia emocional son efectos comunes. Para muchos, estos momentos de enfrentamiento con el frío se traducen en una mayor sensación de bienestar y control sobre el estrés diario.
No obstante, la práctica no está exenta de riesgos. Los expertos insisten en que personas con condiciones médicas preexistentes consulten con un profesional antes de exponerse al frío extremo. Para la mayoría, la clave está en escuchar al cuerpo y respetar sus límites.