En el agitado escenario político estadounidense, donde la espectacularidad a menudo suplanta a la evidencia, Elon Musk ha lanzado una acusación de alto voltaje: Donald Trump estaría mencionado en los archivos del caso Jeffrey Epstein. Según el empresario, esa sería la razón principal por la cual dichos documentos no han sido plenamente desclasificados.
“Es hora de soltar una bomba realmente grande: Donald Trump está en los archivos de Epstein. Esa es la verdadera razón por la que no se han hecho públicos”, escribió Musk en su cuenta de X (antes Twitter). La afirmación fue acompañada por imágenes que mostrarían a Trump compartiendo una fiesta con Epstein y un grupo de mujeres jóvenes en 1992. Aunque estas imágenes han circulado anteriormente, su reaparición en este contexto adquiere un matiz más grave, revestido de disputa política.
Un enfrentamiento que trasciende lo personal
La acusación surge en el marco de un enfrentamiento cada vez más explícito entre Musk y el presidente Trump. Luego de que este último afirmara que su relación con el magnate “ya no es buena” y lo acusara de criticar su propuesta legislativa sobre autos eléctricos por intereses personales, Musk respondió con dureza: lo acusó de ingratitud y reivindicó su rol en la victoria republicana.
“Sin mí, Trump habría perdido las elecciones, los demócratas controlarían la Cámara y los republicanos estarían 51-49 en el Senado”, afirmó Musk, atribuyéndose un protagonismo electoral que, aunque cuestionable, revela el calibre del ego en juego.
Trump, por su parte, replicó desde Truth Social, calificando a Musk de “loco” y sugiriendo recortes a los contratos gubernamentales que benefician a sus empresas. Así, la disputa ya no es solo de palabras: es una pugna por influencia, poder institucional y control narrativo.
Epstein: el expediente que nadie quiere abrir
En el trasfondo de este cruce de acusaciones se alza el caso Epstein, ese oscuro compendio de conexiones entre dinero, poder y explotación sexual. El financiero Jeffrey Epstein fue hallado muerto en 2019 en su celda, en circunstancias oficialmente declaradas como suicidio, pero rodeadas de anomalías técnicas y administrativas tan flagrantes como persistentes.
Desde entonces, el expediente Epstein se ha convertido en una especie de archivo de Pandora: se sabe que contiene nombres de figuras influyentes —políticos, empresarios, miembros de la realeza—, pero solo una parte de los documentos ha sido revelada. En febrero de este año, el Departamento de Justicia publicó fragmentos con imágenes, registros y objetos comprometedores. Sin embargo, la lista completa de nombres y detalles permanece bajo resguardo.
Congresistas de ambos partidos han solicitado a la fiscal general Pamela Bondi que se haga pública la totalidad del archivo. Algunos han preguntado explícitamente si el presidente Trump ha intervenido para evitar la desclasificación, lo que otorga un peso aún mayor a las declaraciones de Musk.
Entre el descrédito y el silencio
Trump ha negado reiteradamente cualquier implicación con Epstein. En sus redes sociales escribió: “Nunca estuve en el avión de Epstein ni en su ‘estúpida’ isla”. La frase, más propia de una estrategia defensiva impulsiva que de una declaración institucional, fue seguida de una digresión sobre los peligros de la inteligencia artificial. Una cortina de humo discursiva que, más que disipar sospechas, las refuerza.
La situación actual ilustra un dilema profundamente norteamericano: el conflicto entre la transparencia prometida por las instituciones y la opacidad real de sus mecanismos de poder. El caso Epstein, con su carga de corrupción, tráfico sexual y encubrimiento, representa quizás el ejemplo más crudo de hasta qué punto la democracia puede volverse rehén de sus propios secretos.
Y ahora, con una figura como Musk sumándose a la presión pública, lo que antes parecía teoría conspirativa comienza a instalarse en el centro del debate. La pregunta ya no es solo quién está en los archivos, sino quién tiene interés en que nunca los veamos.