Cinco años después de su sanción, la Ley de Talles en Argentina parece más un espejismo legal que una realidad tangible. Mientras el Sistema Único Normalizado de Identificación de Talles (SUNITI) duerme la siesta, más del 70% de las personas sigue enfrentando el mismo rito humillante: entrar a un local con la esperanza de encontrar una prenda que le calce… y salir con las manos vacías.
Sancionada en 2019 y reglamentada en 2021, la Ley N° 27.521 prometía convertir el caos de los talles en un lenguaje común. Porque lo que en una tienda es “L”, en otra es “S”, y en muchas es simplemente “no hay de tu talle”.
No encontrar ropa no es solo un problema de consumo; es un recordatorio cruel de que algo en vos “no encaja”. ¿Y si el talle no sos vos? ¿Y si es el sistema el que no entra en la realidad? El espejo del probador se convierte, entonces, en un juez silencioso que no perdona la diversidad. Lo que debería ser un acto cotidiano —elegir qué ponernos— se transforma en una fuente de ansiedad, vergüenza y, muchas veces, resignación.
Además, la confusión entre talla y salud sigue siendo moneda corriente. Como si el bienestar se midiera en centímetros de cintura o en etiquetas cosidas con prejuicio. Una moda que excluye no solo es injusta: es peligrosa.