Según expertos en psicología ambiental, nuestro entorno moldea nuestro estado mental. Un espacio lleno de estímulos —cosas que no usamos, objetos rotos, ropa que no nos ponemos pero tampoco tiramos— se convierte en un reflejo del desorden interno. No es casual que muchas personas que atraviesan crisis personales o cambios profundos sientan la necesidad de “limpiar todo”.
El minimalismo extremo surge como una reacción al agotamiento mental que produce la sobreacumulación. No solo de objetos, sino también de decisiones, pendientes y expectativas. La idea de “vivir con lo esencial” no es solo estética, es una estrategia de supervivencia emocional.
“Reducir lo que me rodea fue como hacer espacio en mi cabeza”, dice Ana, una mujer que decidió mudarse con una sola valija después de una separación. “El silencio visual me calmó más que cualquier terapia”.
Aunque el concepto tiene raíces en el budismo zen, el minimalismo moderno como movimiento empezó a tomar fuerza en países como Japón, con referentes como Fumio Sasaki, autor de “Goodbye, Things”, quien cuenta cómo su vida cambió al deshacerse del 90% de sus pertenencias.
En Occidente, el boom llegó de la mano de series como The Minimalists en Netflix o el fenómeno Marie Kondo, pero el minimalismo extremo va más allá del “esto me da alegría”. Se trata de vivir con lo estrictamente necesario, cuestionar el consumo constante y recuperar el control.
Desde la psicología, el minimalismo puede ser una herramienta útil para aliviar la ansiedad, reducir la sobreestimulación y reconectar con el presente. Pero llevado al extremo, también puede esconder otras problemáticas, como el control excesivo o la evitación emocional.
El psicólogo Tomás Jensen explica: “El minimalismo radical puede dar una sensación de libertad, pero si se convierte en una obligación rígida o fuente de culpa, deja de ser liberador para convertirse en una forma más de exigencia”. La clave, como siempre, está en el equilibrio: vivir con menos puede ser transformador, pero no todos necesitan una vida vacía para sentirse llenos.
Vivimos apurados y muchas veces atrapados en lo material. Por eso, reducir lo que nos rodea se vuelve una forma de calmar el cuerpo y la mente. El entorno influye directamente en cómo pensamos y sentimos: un ambiente ordenado, limpio y simple puede generar sensación de paz, control y hasta motivación. No se trata de contar objetos, sino de revisar el vínculo que tenemos con las cosas. ¿Las necesitamos o solo las tenemos por costumbre? ¿Nos acompañan o nos estancan?