Los negativos fotográficos

En el corazón de Nueva York, en la icónica 42nd Street, persiste un vestigio del pasado fotográfico: 42nd Street Photo, donde Silvio Cohen, entre soluciones químicas y viejas cámaras, mantiene viva la tradición del revelado de películas. En una era dominada por lo digital, donde la instantaneidad gobierna, Cohen y sus colegas se aferran al arte analógico del revelado, un proceso meticuloso que involucra remojar, aclarar y secar, para dar vida a imágenes capturadas en rollos de 35 mm y formato medio.

Desde su modesto laboratorio, Cohen observa con melancolía cómo una parte esencial del proceso se pierde: los clientes que olvidan recoger sus negativos. “No recogen sus negativos”, lamenta, destacando que apenas un pequeño porcentaje de fotógrafos regresa por sus obras maestras en película. Este descuido, aparentemente trivial, plantea serias implicaciones legales: los negativos, no las copias digitales, son el verdadero tesoro que otorga al fotógrafo los derechos de autor sobre su obra.

La situación no es única de Nueva York. En laboratorios de revelado alrededor del mundo, los problemas se replican: montones de sobres olvidados ocupan espacio limitado, mientras los negocios debaten entre deshacerse de ellos o preservar los derechos artísticos de los creadores despistados. David Deal, abogado especializado en derechos de autor, explica la complejidad legal: la propiedad de los negativos versus la propiedad de los derechos de autor pueden separarse, desencadenando conflictos sobre quién tiene el derecho de reproducir las obras.

El resurgimiento reciente de la fotografía analógica no es una moda pasajera, sino un retorno arraigado en la nostalgia y la búsqueda de una estética única que las cámaras digitales no pueden replicar. Desde la caída inicial en la década de 2000 hasta su resurgimiento en la década de 2010 y su apogeo actual en los años de la pandemia, las cámaras analógicas y la película han capturado la imaginación de una nueva generación de fotógrafos. Para muchos jóvenes, acostumbrados a la gratificación instantánea de las redes sociales, el proceso de espera y el resultado táctil de la película ofrecen una experiencia enriquecedora y diferenciada.

El dilema entre lo analógico y lo digital continúa, subrayando una brecha generacional y estilística en el mundo de la fotografía. Mientras las cámaras digitales dominan el mercado masivo, las cámaras analógicas encuentran su nicho entre aquellos que valoran lo táctil, lo diferenciado y lo contemplativo. En una época donde la tecnología avanza sin pausa, la resistencia de los negativos y la película revela una verdad persistente: el arte, en su forma más pura, a menudo yace en lo que se olvida recoger.