En una cueva de los Andes, en el suroeste de Bolivia, los antropólogos hallaron en 2008 una pequeña bolsa de cuero perteneciente a un chamán de la civilización Tiwanaku, un imperio precolombino que existió hace más de 1.000 años. Dentro de la bolsa, entre escombros y estiércol de llamas, encontraron utensilios relacionados con el consumo de sustancias psicoactivas, como un tubo para inhalar, espátulas para triturar semillas, y restos de compuestos químicos que incluían cocaína, psilocina (alucinógeno presente en los hongos mágicos) y los ingredientes del té ayahuasca.
Este descubrimiento abre una ventana para explorar la relación de las civilizaciones antiguas con las drogas alucinógenas. Hoy en día, sustancias como el MDMA, el LSD, la psilocibina y la ketamina están siendo investigadas como posibles tratamientos para trastornos mentales como la ansiedad, la depresión y el abuso de sustancias. Sin embargo, estos tratamientos no están exentos de críticas por los posibles daños que pueden causar.
Yuria Celidwen, académica de la Universidad de California-Berkeley, señala que el concepto de “psicodélico” es occidental y moderno. Las comunidades indígenas han utilizado estas sustancias durante siglos, considerándolas medicinas espirituales. Según Celidwen, en las culturas indígenas su uso no solo estaba reservado para ceremonias rituales, sino que formaba parte de la vida cotidiana, y su propósito iba más allá de la salud mental individual, enfocándose en el bienestar colectivo y la conexión con el entorno natural y espiritual.
Los registros históricos muestran que muchas culturas, como los antiguos griegos, romanos y aztecas, usaban drogas alucinógenas con fines espirituales y medicinales. Por ejemplo, el hongo Amanita muscaria se utilizó en América tras la migración por el estrecho de Bering hace unos 16.500 años, y sigue siendo utilizado por comunidades indígenas como los Ojibwa.
González Romero, investigadora de la Universidad de Saskatchewan, ha documentado el uso de psicodélicos en rituales y ceremonias indígenas. Desde el cactus peyote, utilizado por comunidades de América para fines curativos y religiosos, hasta el kykeon, una droga alucinógena similar al LSD consumida en los ritos estacionales de los antiguos griegos y romanos. En la cosmovisión de muchas culturas, estos rituales no solo servían para curar enfermedades, sino para restablecer el equilibrio espiritual de la comunidad.
En la actualidad, el auge del interés occidental por los psicodélicos plantea tensiones con las comunidades indígenas, quienes ven cómo sus prácticas ancestrales se convierten en una industria millonaria sin que ellas reciban beneficios ni reconocimiento por el conocimiento que han aportado.
Investigadores como Albert García-Romeu, de la Universidad Johns Hopkins, y Samuel Ahau, de la tribu chicimeca, coinciden en que la medicina psicodélica no puede comprenderse plenamente sin integrar el componente espiritual y comunitario. Los estudios muestran que el verdadero poder de estas sustancias no reside solo en las moléculas, sino en la experiencia colectiva y en los vínculos que fomentan.
Celidwen, por su parte, advierte que el enfoque occidental, que ve los psicodélicos como pastillas que pueden patentar, corre el riesgo de perder el verdadero potencial sanador de estas sustancias. Sin el contexto cultural y comunitario que las rodea, se podría incluso generar nuevas formas de dependencia, ya que las personas buscarían recrear continuamente la sensación de asombro y bienestar inicial.
En resumen, el artículo destaca cómo el uso ancestral de las drogas alucinógenas estaba profundamente arraigado en prácticas espirituales y comunitarias. Estas enseñanzas milenarias ofrecen una valiosa lección para el enfoque moderno de los psicodélicos, que debería incluir el bienestar colectivo y no limitarse solo al tratamiento de la salud mental individual.