La torre de 1917 que esconde historia y altura en el corazón de Villa Adelina

En una ciudad donde los íconos parecen multiplicarse a cada cuadra, hay monumentos que, silenciosos, custodian siglos de historia sin pedir protagonismo. En Villa Adelina, sobre la calle Triunvirato al 3400, se levanta una torre de ladrillo rojizo, elegante y sobria, que parece detenida en el tiempo. Se trata del Monumento Ayer, también conocido como la Torre Ayer, una construcción inaugurada en 1917 y donada al municipio de Vicente López por el propio Bernardo Ayer, inmigrante, empresario y visionario que soñó con dejar una marca cultural en los suburbios porteños.


Bernardo Ayer, nacido en Europa pero profundamente ligado a la vida bonaerense, levantó esta torre como símbolo de integración y pertenencia. En un gesto que desbordó generosidad y sentido de comunidad, decidió donar la obra al Estado local, convirtiéndola en un legado patrimonial que aún resiste el paso de los años. El ladrillo a la vista, las líneas verticales que rozan los árboles viejos del barrio, y su mística de faro silencioso hacen de este lugar un punto de encuentro entre la historia y el presente.

La construyó en honor a sus dos hijos fallecidos prematuramente. Aunque su motivación original fue profundamente personal, con el tiempo el edificio se transformó en una pieza clave del paisaje urbano y en objeto de decenas de leyendas locales.

Hay quienes dicen que Ader subía hasta el mirador en sus últimos años de vida para contemplar el horizonte y recordar a sus hijos. Otros aseguran que, debido a su avanzada edad, solo pudo subir una vez. Lo cierto es que Bernardo Ader falleció en marzo de 1918, poco tiempo después de ver finalizada la obra, y sus restos descansan en el Cementerio de la Recoleta.

Tras su muerte, Ana Ader, su hija, emigró a París junto con su madre y su familia. Pasaron 15 años en Europa hasta que regresaron y volvieron a habitar la torre, que se había convertido en una quinta abandonada. Durante una década, esa torre fue su hogar. Luego, el terreno fue loteado y vendido, y la torre quedó como un faro escondido entre árboles y veredas tranquilas.

Pero los rumores nunca dejaron de circular. Algunos decían que la torre fue erigida para que Ader vigilara a los peones desde las alturas. Otros, con más creatividad histórica que rigor, afirmaban que había sido construida para combatir a Juan Manuel de Rosas, quien había muerto décadas antes.

Una versión aún más cinematográfica sugiere que la torre fue un acto de amor de un padre por su hijo: dicen que un joven arquitecto Ader participó en un concurso para construir la Torre de los Ingleses en Retiro, pero su proyecto fue rechazado y el joven se quitó la vida. Dolido, Bernardo habría decidido levantar esa misma torre en su propio terreno. Sin embargo, los datos duros lo desmienten: sus hijos no eran arquitectos, sino que estudiaban ingeniería y carrera naval.

Y si de exageraciones hablamos, también corrió la versión de que Ader tenía vínculos con los nazis y usaba la torre para enviar mensajes a submarinos alemanes. Más allá de lo inverosímil —el nazismo aún no existía en tiempos de su muerte—, estas historias no hacen más que agregarle un aura enigmática al edificio.

Hoy, la Torre Ader sigue siendo un secreto a voces. Muchos vecinos no conocen su historia completa, y otros nunca se animaron a subir. Pero los que lo hacen coinciden en algo: la vista es única y el ascenso vale cada escalón.

En un contexto donde lo moderno parece devorarlo todo, la Torre Ader es una postal viva de otra época. Un pedazo de memoria, de duelo, de inmigración, de ciudad. Y también, de misterio.