Johanna Watkins recuerda la última vez que pudo abrazar a su esposo, Scott. Sus manos apenas se rozaron, y fue como sentir su amor a través de una barrera invisible. Lo que comenzó como una enfermedad desconocida terminó separándolos físicamente, convirtiendo su convivencia en un riesgo constante.
Todo comenzó en 2012, antes de casarse. Johanna, en ese entonces maestra en Minnesota, llevaba una vida activa y disfrutaba salir de excursión con Scott. Sin embargo, pequeñas señales de alerta aparecieron: comenzó a desarrollar reacciones alérgicas al gluten, lácteos y otros alimentos comunes. Lo que al principio parecía controlable con una dieta estricta, se transformó en una amenaza constante.
La pareja se casó en 2013, prometiendo amor eterno “hasta que la muerte los separe”, pero tras la boda, los síntomas de Johanna se agravaron. Su piel se cubría de erupciones, su sistema digestivo se volvía incontrolable, y las migrañas eran insoportables. Para 2014, después de haber consultado a muchos médicos sin respuestas, la situación empeoró tanto que Johanna fue hospitalizada varias veces.
Finalmente, el Dr. Lawrence Afrin, inmunólogo, les dio un diagnóstico: Síndrome de Activación Mastocitaria (MCAS), una rara enfermedad del sistema inmunológico. En el caso de Johanna, la enfermedad era especialmente severa. No solo era alérgica a alimentos, sino también a olores, la luz del sol y al contacto humano, incluyendo el de su propio esposo.
Con una lista de solo 15 alimentos que podía tolerar, Johanna tuvo que recluirse en una parte de la casa, adaptada para mantenerla a salvo de cualquier estímulo que pudiera desencadenar una crisis. Mientras tanto, Scott se mudó al segundo piso, separados por barreras físicas que evitaban el contacto.
A pesar de su aislamiento físico, su conexión emocional sigue intacta. Aunque no han podido besarse en años, encuentran maneras de compartir momentos juntos, como ver series a distancia desde habitaciones separadas. Se mantienen en contacto mediante llamadas y pequeñas interacciones que recuerdan su profundo amor.
La vida diaria de Johanna es una lucha constante. Solo puede consumir dos comidas específicas, preparadas con esmero por Scott, quien se ha convertido en su principal cuidador. Aunque su situación es extremadamente frágil, con un peso corporal de apenas 40 kilos, Johanna sigue luchando cada día, agradeciendo lo poco que tiene y encontrando consuelo en su fe.
A pesar de las dificultades, la esperanza y la fe son su refugio. Aunque han probado diferentes tratamientos sin éxito, Scott y Johanna siguen esperando una solución. En el ínterin, cuentan con el apoyo de la familia Olson, amigos que les ofrecieron su hogar mientras el suyo es remodelado para adaptarse mejor a las necesidades de Johanna, y que han ajustado su vida diaria para protegerla.