La imagen parece sacada de una comedia futurista de bajo presupuesto: un hombre de traje, muy serio, lleva puesto un sombrero gris con sensores incrustados, mientras sobre una pequeña pantalla que cuelga de su pecho aparece un emoji sonriente. O uno enojado. O uno con lágrimas. Todo depende de lo que esté pensando.
No es un chiste. Tampoco una campaña de marketing absurda. Se trata de MindSpeak, un invento noruego que promete traducir pensamientos humanos en tiempo real usando lectura de ondas cerebrales y proyectando el resultado en forma de emojis.

Sí, emojis. Esas pequeñas criaturas circulares que pasaron de ser juguetitos de WhatsApp a expresión cultural planetaria.
El creador del dispositivo es Sindre Leikvoll, un ingeniero biomédico con alma de artista conceptual. Su idea, según explicó en la presentación oficial, nació de una frustración muy del siglo XXI: “Estoy harto de no saber si la gente realmente siente lo que dice”. Así que decidió saltarse el lenguaje… y leer directamente la señal.
La tecnología es, por ahora, modesta pero funcional. El casco usa una red de sensores de electroencefalografía (EEG), ya utilizados en el ámbito clínico, y un software entrenado con miles de patrones cerebrales asociados a emociones básicas: alegría, tristeza, ansiedad, sorpresa, ternura, rabia. Cuando detecta una de ellas, proyecta automáticamente un emoji correspondiente.
Lo más insólito: en pruebas de laboratorio, el sistema logró un 40% de precisión. Lo suficiente como para provocar fascinación… y pánico.
“No es un lector de pensamientos literal”, aclara Leikvoll, “pero puede captar el tono emocional de lo que estás sintiendo. Es como una ceja levantada, pero digital”.
El impacto social fue inmediato. Empresas tecnológicas ya piensan en versiones para reuniones de trabajo (“imaginate saber si tu jefe está contento con tu idea… antes de que hable”). Psicólogos debaten su uso en pacientes con trastornos del habla. Y, como era previsible, usuarios de Tinder preguntaron si podrá integrarse a las citas virtuales.
También hay preocupación: ¿qué pasa con la privacidad emocional? ¿Nos vamos a convertir en seres cuyas emociones se proyectan en pantallas, como una caricatura continua? ¿Y si el emoji no coincide con lo que queremos aparentar?
Leikvoll, algo escandinavo pero también muy pragmático, responde con ironía: “Mentir es un derecho humano. Esto solo lo hace un poco más difícil”.
Por ahora, el sombrero no está a la venta, pero ya hay una lista de espera de más de 12.000 personas, desde Silicon Valley hasta Dubai. Y claro, también algún argentino que ya preguntó si puede customizar los emojis con los de El Diego, la Scaloneta o Milei gritándole a un Excel.
Al final, quizá no era que perdimos la cabeza. La estamos convirtiendo en ícono.