La muerte del papa Francisco activó un ritual milenario: el cónclave, la reunión secreta en la que los cardenales del mundo eligen al nuevo líder de la Iglesia Católica. Pero, ¿cómo funciona exactamente este proceso? ¿Qué ocurre dentro de las paredes de la Capilla Sixtina? ¿Y cuáles son las reglas –y curiosidades– que lo rodean?
La palabra “cónclave” viene del latín cum clave (con llave), porque los cardenales eran encerrados para evitar influencias externas. Esta tradición comenzó en el siglo XIII, y aunque las condiciones han cambiado, la esencia se mantiene: secreto, aislamiento y votación hasta alcanzar un consenso.
Todo inicia con la llegada de los cardenales a la Capilla Sixtina, donde entonan el canto “Veni Creator” y realizan un juramento de confidencialidad. Luego se pronuncia el clásico “Extra omnes” (“todos fuera”) y comienza el encierro.
Cada cardenal escribe en una papeleta el nombre de quien considera apto para ocupar el trono de San Pedro, la deposita en una urna y jura que su voto responde al juicio de Dios. Se necesitan dos tercios de los votos para la elección. Si no se alcanza ese número, las papeletas se queman con productos químicos que generan humo negro. Si hay consenso, el humo es blanco: habemus papam.
El elegido puede ser incluso un cardenal ausente o un religioso no obispo, aunque en este último caso debe ordenarse obispo antes de asumir. Tras aceptar, se le pregunta qué nombre adoptará como nuevo Pontífice.
El actual cónclave se realiza con comodidades modernas: los cardenales duermen en habitaciones individuales en la residencia Santa Marta, lejos de los tiempos en que sobrevivían con pan, agua y hasta un poco de coñac. De hecho, se dice que en 1958, el futuro Juan XXIII calmó sus nervios con una copa ofrecida por un colega.
La Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, escrita por Juan Pablo II, regula estrictamente el proceso. Prohíbe teléfonos, medios de comunicación y visitas. Incluso se inspecciona la capilla para evitar dispositivos de espionaje. El aislamiento es total.
Así, entre humo, oración, reglas centenarias y una dosis de misterio, la Iglesia Católica se prepara para anunciar al sucesor de Francisco. Un nuevo capítulo, desde el corazón del Vaticano.