En pleno centro de Mendoza, un pato domesticado con alma de centinela conquistó a vecinos y turistas desde la vereda de una florería. Pero una denuncia lo alejó de la ciudad y desató un fuerte reclamo popular.
Durante mucho tiempo, quienes paseaban por la avenida San Martín, en el corazón de la Ciudad de Mendoza, se sorprendían con una presencia inusual: un pato caminaba entre los peatones, saludaba con sus graznidos y acompañaba las largas jornadas de Margarita Flores, dueña de una florería y serena del local. Ese pato se ganó el nombre de Juan, y con él, el cariño de una comunidad entera.
Juan no era un animal cualquiera. Era parte de la rutina, del paisaje urbano. Convivía con turistas, vecinos, niños, perros, vendedores y trabajadores, y se movía con total confianza en la vereda como si fuera uno más. Durante la noche, incluso actuaba como un “vigía”, alertando a Margarita y su perra salchicha ante ruidos sospechosos. La escena era insólita, pero entrañable. Una historia de convivencia simple, que parecía armónica y feliz.
Sin embargo, todo cambió hace apenas una semana. Una denuncia presentada ante la municipalidad señalaba supuestos comportamientos agresivos de Juan hacia otras mascotas que transitaban la zona. A raíz de este reclamo, las autoridades exigieron que el pato fuera retirado del espacio público.
La reacción no tardó en llegar. Vecinos y visitantes que conocían a Juan se volcaron a las redes sociales y a las calles para pedir su regreso. En cuestión de días, se juntaron más de 7.000 firmas en defensa del pato, símbolo ya de la vida urbana mendocina. La protesta no era solo por el ave, sino por lo que representaba: una forma de convivencia diferente, afectuosa, espontánea.
Desde el municipio, la secretaria de Ambiente, Silvina López, justificó la medida alegando que el centro urbano no es un lugar apto para animales sueltos, por cuestiones de tránsito, seguridad y bienestar animal. También habló de la necesidad de fomentar la tenencia responsable.
Actualmente, Juan vive en un pequeño corral en Maipú, junto a Margarita y su marido. Pero el cambio no le sentó bien. “Grazna, corre, no se adapta. Está acostumbrado a estar libre, a caminar conmigo y con los perros, a dormir a mis pies”, contó su dueña, entre la tristeza y la indignación.
Lo cierto es que durante todo el tiempo que el pato vivió en el centro, nunca se había registrado una queja formal. “No sé por qué le hicieron una denuncia ahora. Nunca pasó nada. Los inspectores fueron amables, pero me dijeron que si desobedecía, la multa era de un millón y medio de pesos”, relató Margarita.
La historia se viralizó tanto que sumó un nuevo capítulo inesperado: el abogado penalista Oscar Alfredo Mellado asumió la representación legal de Juan. Mellado, conocido por su trabajo en defensa de los derechos animales, presentó un recurso de revocatoria ante la municipalidad. La medida busca revertir la decisión y lograr que Juan regrese a su entorno habitual.
“Se trata de encontrar una solución que contemple los intereses de todos: Margarita, Juan y el municipio. No pedimos que vuelva a andar suelto sin control, sino que pueda volver a la florería, su hogar, su espacio”, explicó el abogado.
La Municipalidad tiene un plazo de diez días para responder. Hasta entonces, Margarita y Juan esperan. Ella, rodeada de flores, lo extraña. Él, encerrado en el campo, grita por volver. No es solo un pato: es un lazo construido entre especie y ciudad, entre lo humano y lo animal, entre la rutina y lo extraordinario.
Quizás, si hay lugar para las flores en medio del cemento, también lo haya para un pato que quiso vivir entre ellas.