El milagro calamar: Orsi, Gómez y la epopeya que desató una lágrima en Santiago del Estero

Durante 120 años, Platense fue el club del “casi”. Casi grande, casi campeón, casi eterno. Una especie de Penélope futbolera, tejiendo esperanzas cada temporada para verlas deshacerse en la siguiente. Hasta que un primero de junio, en el corazón ardiente del norte argentino, ese destino se quebró con un grito seco y definitivo: gol de Mainero, 1-0 a Huracán, y la historia –esa vieja señora indiferente con el marrón de Saavedra– finalmente se dignó a sonreírle.

El Calamar fue campeón. Sí, campeón. Y no por accidente ni por error de cálculo en la tabla. Campeón por derecho, por coraje, y, sobre todo, por esa alquimia futbolera que destilan Favio Orsi y Sergio Gómez, dos técnicos que, más que socios, son hermanos de una novela no escrita. De esas que arrancan en el barro del Ascenso y terminan, con lágrimas verdaderas, en una vuelta olímpica improbable.

Dos técnicos, un destino

Todo comenzó en 2011, como suelen empezar las historias que valen la pena: con una llamada. Oscar Santángelo, algo así como el cupido del fútbol alternativo, los juntó en Fénix. Ambos llegaban con las botas desgastadas y los sueños malheridos. Gómez, ex defensor, estaba por colgar los botines. Orsi ya lo había hecho, traicionado por una lesión. Lo que siguió no fue un camino recto ni glorioso, sino una travesía salpicada de barro, inundaciones (literalmente, en Jáuregui), estadios vacíos y planillas manchadas de esfuerzo.

Pero también, de milagros silenciosos: Fénix a la B Metro, Flandria al Nacional, San Martín de Tucumán al borde del regreso, Godoy Cruz salvado del descenso y con victoria en el Monumental incluida. Como quien sube una escalera sin saber si llegará al cielo o al techo bajo de siempre, Orsi y Gómez fueron sumando escalones con una terquedad casi conmovedora.

La hazaña platense: una mezcla de tango y épica

El torneo Apertura 2025 fue, para Platense, una sinfonía inesperada. Le ganaron a Racing en el Cilindro, a River en Núñez y a San Lorenzo en el Gasómetro. Como si cada victoria fuera un ajuste de cuentas con los clubes que alguna vez, desde la vereda del privilegio, los miraron con condescendencia.

El título llegó en Santiago del Estero, pero lo cierto es que se gestó mucho antes. En entrenamientos sin prensa, en charlas tácticas sin glamour, en partidos perdidos donde no se perdió el alma. Y en ese extraño código que comparten dos entrenadores que saben cuándo callar y cuándo decir lo justo. Orsi, el obsesivo táctico que lee los partidos como quien lee poesía entre líneas. Gómez, el vocero del grupo, el padre de cinco hijos que lloró con una de ellas en brazos mientras agradecía, con voz quebrada, a su madre ya ausente.

De los márgenes al centro de la historia

Platense, ese club que supo vivir en la cornisa del descenso perpetuo, hoy mira al continente: jugará la Copa Libertadores. El contraste es brutal. Como ver a un linyera acceder al Palacio de Invierno. Como si el fútbol, a veces tan predecible en su lógica de poder, decidiera regalar una noche de anarquía poética.

En la emoción de Orsi, que recordó a su padre ausente justo en el clímax del logro, y en el llanto de Gómez, se condensó algo que excede al fútbol: la justicia emocional, esa que rara vez coincide con la estadística. Porque mientras los gigantes tambalean entre balances y escándalos, un equipo sin estrellas ni presupuesto logró lo que parecía vedado: escribir una página dorada sin traicionar su estilo, sin dejar de ser lo que era.

Y quizás ahí radique su verdadera victoria: en demostrar que los milagros no son patrimonio exclusivo de los grandes, sino de los que perseveran en silencio. Como una gota horadando la piedra. Como una dupla de técnicos que empezó desde abajo y terminó abrazada a la gloria, con los ojos rojos y el corazón en carne viva.