En una reciente emisión del programa Vuelta y Media, la periodista Carolina Sara Duc presentó una columna que, bajo la apariencia de una charla ligera, abordó uno de los interrogantes más profundos —y acaso más inquietantes— de la vida contemporánea: ¿en qué actividades invertimos, o dilapidamos, el tiempo que tenemos?
Basándose en estudios estadísticos y promedios de diversas fuentes, Duc reconstruyó un retrato aproximado de cómo se distribuyen los años de una vida humana de 80 años. Los datos, al ser expuestos uno tras otro, componen una suerte de inventario de la existencia que combina sorpresa, ironía y cierta melancolía.
La anatomía del tiempo:
- Sueño: 26 años. Dormimos un tercio de nuestras vidas, pero con una particularidad desconcertante: 7 de esos años los pasamos despiertos intentando dormirnos, según estimaciones relacionadas con el insomnio crónico o la dificultad para conciliar el sueño.
- Trabajo: entre 10 y 13 años. Esta cifra se refiere exclusivamente al tiempo de labor efectiva, sin contar los traslados.
- Pantallas (sin redes sociales): 13 años. El tiempo frente a computadoras y televisores equivale, en términos de duración, al que pasamos trabajando.
- Alimentación: aproximadamente 4 a 5 años dedicados a comer, sin contar la preparación de los alimentos, que incrementaría esa cifra sustancialmente.
- Transporte: entre 3 y 5 años en desplazamientos diversos, del hogar al trabajo, de una ciudad a otra, o simplemente en espera.
- Ocio, hobbies y viajes: 7 años, según las mismas estimaciones. Una cifra que, para muchos, resultará escasa si se considera el ideal moderno de una vida equilibrada.
- Relaciones sexuales: según estadísticas postpandemia, la frecuencia de las relaciones presenciales ha disminuido un tercio, revelando un cambio significativo en los hábitos íntimos de la población.
La trampa invisible de la preocupación
Uno de los puntos más significativos de la columna fue la mención a una “actividad” que rara vez se cuantifica: la preocupación constante. Duc recordó una enseñanza de un profesor suyo, quien afirmaba que las personas tienden a vivir en un estado permanente de anticipación ansiosa. Y cuando un evento finalmente ocurre, solemos interpretarlo como una intuición cumplida, cuando en realidad es la consecuencia de haber vivido preocupados por todo.
¿Qué es perder el tiempo?
La columna también abordó otro tema lateral pero no menos relevante: el prejuicio cultural sobre lo improductivo. Actividades como descansar, conversar sin propósito definido, desconectarse de compromisos sociales o simplemente “no hacer nada” son, en muchos casos, vistas como tiempo desperdiciado. Sin embargo, Duc planteó la posibilidad de revalorizar estos espacios, no como pérdidas sino como pausas necesarias para una vida mentalmente saludable.
Incluso citó al actor francés Alain Delon, quien ya en su vejez y plenitud física, un día se limitó a decir: “Hoy me voy a quedar en la cama”. A veces, detenerse también es vivir.
Conclusión
En tiempos donde la eficiencia se ha vuelto un mandato y el rendimiento una obsesión, el ejercicio de calcular en qué se nos va la vida no solo resulta revelador, sino profundamente necesario. No para generar más culpa, sino para recuperar perspectiva: la cantidad de años que pasamos mirando pantallas o preocupándonos supera largamente al tiempo que dedicamos a disfrutar.
Tal vez, después de todo, no se trata de hacer más, sino de habitar mejor lo que hacemos.