Científicos que arriesgaron su vida experimentando en su propio cuerpo

La innovación científica no siempre se desarrolló en laboratorios controlados. A lo largo de la historia, hubo investigadores que llevaron la pasión al límite y se transformaron en sus propios sujetos de prueba. Movidos por la curiosidad y la determinación, desafiaron riesgos personales y éticos para abrir camino a descubrimientos que cambiaron la medicina para siempre ⚡.


Barry Marshall: beber bacterias para cambiar la historia 🦠

En los años 80, la medicina sostenía que las úlceras eran producto del estrés o la dieta. Barry Marshall sospechaba de la bacteria Helicobacter pylori. Para probarlo, ¡la ingirió! Poco después sufrió gastritis y comprobó que las úlceras tenían origen infeccioso.

Se trató a sí mismo con antibióticos y confirmó la cura ✅. Aunque sus colegas lo llamaban “el doctor loco que bebía bacterias”, en 2005 recibió el Premio Nobel de Medicina. Su hallazgo revolucionó el tratamiento de las úlceras y hasta del cáncer gástrico.


Werner Forssmann: el corazón en primera persona ❤️

En 1929, este joven médico alemán introdujo un catéter de 65 cm en su propio brazo hasta llegar al corazón, contra la negativa de sus superiores. Caminó hasta radiología y demostró que la técnica funcionaba.

Lo tildaron de imprudente y perdió su puesto. Décadas después, su idea se convirtió en la base del cateterismo moderno, esencial en cardiología. En 1956 recibió el Premio Nobel junto a otros colegas.


Alexander Bogdanov: transfusiones en busca de juventud 🩸

Médico, filósofo y revolucionario ruso, se practicó al menos 10 transfusiones de sangre convencido de que rejuvenecían el cuerpo. Fundó el primer Instituto para la Transfusión de Sangre en Moscú.

En 1928 murió tras recibir la sangre de un estudiante enfermo de malaria y tuberculosis. Aunque su obsesión fue fatal, sus experimentos impulsaron avances en la compatibilidad y seguridad de las transfusiones.


Stubbins Ffirth: la fiebre amarilla en carne propia 🦟

A inicios del siglo XIX, este médico estadounidense creía que la fiebre amarilla no era contagiosa. Para probarlo, se untó vómito en la piel, bebió líquidos infectados, inhaló vapores y hasta se expuso a sangre contaminada.

Nunca se enfermó porque los fluidos no eran de la fase infecciosa. Décadas más tarde se descubrió que el mosquito Aedes aegypti era el verdadero vector. Su conclusión fue errónea, pero su audacia quedó como ejemplo extremo de autoexperimentación médica.