Una sensación de malestar físico similar a la de un resfriado o una gripe puede tener un origen inesperado: la ansiedad. Especialistas citados por Prevention explican que este trastorno de salud mental suele manifestarse a través de síntomas físicos que se confunden con enfermedades comunes, dificultando su detección y el abordaje adecuado.
La ansiedad es el problema de salud mental más frecuente en Estados Unidos, y va mucho más allá del nerviosismo cotidiano. El psiquiatra David Merrill, del Pacific Neuroscience Institute, señaló que muchas personas experimentan irritabilidad, fatiga, inquietud y una sensación general de desequilibrio, además de síntomas emocionales. El desafío es que las señales físicas pueden imitar otras afecciones, como alergias, resfriados o incluso una resaca. Según Merrill, esto genera un ciclo en el que la ansiedad produce malestar corporal y este malestar aumenta la ansiedad.
Entre los síntomas físicos más comunes se encuentra la aceleración del ritmo cardíaco. El psicólogo clínico Joseph Laino, de la Facultad de Medicina Grossman de la NYU, explicó que la ansiedad activa la amígdala, que percibe amenazas y desencadena la liberación de hormonas como el cortisol y la adrenalina. Esto eleva la frecuencia cardíaca y la presión arterial, y puede causar palpitaciones. Aunque esta respuesta es útil para la supervivencia, cuando se prolonga genera desgaste y malestar.
Otra manifestación habitual es la alteración de la temperatura corporal. Merrill indicó que el hipotálamo responde al estrés con escalofríos, sudoración excesiva o ambas cosas a la vez. La tensión muscular generada durante un episodio ansioso también puede producir dolores poco habituales. A esto se suma la dificultad para respirar: el aumento del ritmo cardíaco reduce la disponibilidad de oxígeno, obligando a los pulmones a trabajar más. En ataques de pánico pueden aparecer taquicardia y sensación de falta de aire. Merrill recomienda recurrir a la respiración profunda y buscar atención médica si el dolor en el pecho no cede.
Los problemas digestivos son igualmente frecuentes. Merrill señaló que el intestino, donde se concentra gran parte de la serotonina del cuerpo, es especialmente sensible al estrés emocional. Por eso, la ansiedad puede causar náuseas, indigestión, hinchazón, gases y alteraciones del tránsito intestinal, que van desde el estreñimiento hasta la diarrea. Durante la reacción de “lucha o huida”, el cuerpo envía más sangre a músculos y órganos sensoriales, disminuyendo la actividad digestiva y generando malestar abdominal.
La ansiedad también puede causar hormigueos, dolores agudos y tensión muscular. Según Merrill, la activación del sistema nervioso puede provocar sensación de adormecimiento en las extremidades, erizamiento del vello y dolores localizados en zonas donde hay más terminaciones nerviosas, como la mandíbula, el cuello o la parte baja de la espalda.
Distinguir la ansiedad de otras afecciones es clave. Laino explica que, si los síntomas físicos se mantienen sin una causa médica clara, es importante evaluar un posible origen emocional. La relación entre mente y cuerpo es bidireccional: los síntomas físicos alimentan la ansiedad y la ansiedad potencia los síntomas físicos.
Para manejar esta interacción, los especialistas recomiendan prácticas de atención plena y actividades físicas suaves como el yoga y el tai chi, que combinan respiración y movimiento. Estas técnicas ayudan a reducir la ansiedad y a calmar sus manifestaciones físicas. Merrill y Laino coinciden en que, si los síntomas persisten, es fundamental consultar a un profesional de la salud para descartar otras causas y acceder a tratamientos adecuados, tanto psicoterapéuticos como farmacológicos.
A medida que se controla la ansiedad, la mayoría de estos malestares físicos disminuyen, lo que refuerza la importancia de abordar este trastorno de manera integral. Según Prevention, reconocer la conexión entre la salud mental y el cuerpo es un paso esencial para mejorar el bienestar general.
