El capitalismo encontró su forma más lúdica: ahora no compramos por necesidad, sino por victoria. Comprar barato es ganar. Y en este nuevo juego, el trofeo no es el producto, sino el descuento.
Hemos dejado de ser compradores para convertirnos en cazadores de gangas, estrategas digitales, coleccionistas de cupones a punto de expirar como si fueran mariposas raras. Los que saben no son los que más tienen, sino los que más alertas activan. Los verdaderos ricos no se miden en dólares, sino en grupos de Telegram.
Promos ocultas, rebajas fugaces y el algoritmo como oráculo: ¿Black Friday? ¿Hot Sale?. El consumidor del siglo XXI no espera fechas: escarba promociones diarias como arqueólogo digital. Hay bots que avisan cuando bajó el precio del queso, apps que comparan el valor de las zapatillas en cinco países y foros donde alguien, en algún lugar del planeta, descubre que un error en el sistema dejó un televisor a mitad de precio. Y todos corren como si se tratara de una invasión alienígena.
Desde estudiantes con la tarjeta al rojo vivo hasta padres que organizan las vacaciones familiares en función de los puntos de una promo bancaria, el juego de las ofertas no discrimina. Es transversal, democrático y, en cierto modo, cruel.
En redes sociales, los “ofertólogos” son los nuevos gurús: enseñan cómo combinar cupones, multiplicar millas, hacer rendir el cashback y, sobre todo, no pagar nunca el precio original. Julián, 28 años, lo resume con precisión quirúrgica: “Ya no compro nada sin buscar si hay un código de descuento. Es parte del juego”.
¿Compramos por placer o por miedo a perdernos algo? La dopamina, esa vieja conocida del cerebro humano, salta de alegría cuando encuentra una ganga. Y el cerebro no distingue si necesitabas ese nuevo set de destornilladores fluorescentes o si solo fue una promoción irresistible. Así, lo que empezó como ahorro se convierte en compulsión disfrazada. “Lo compré por si acaso”, dice alguien mientras guarda su tercera licuadora.
La paradoja es digna de un guion de Charlie Kaufman: para sentir que ganamos, acumulamos cosas que no queríamos, con dinero que no teníamos, porque alguien en Instagram nos convenció de que era una oportunidad única.
La globalización aporta su parte: AliExpress, Temu, Shein. Plataformas que ofrecen precios imposibles y envíos eternos, con el encanto de lo inalcanzable que, de pronto, está a un clic. Mientras tanto, influencers exhiben sus “haul de compras” con una sonrisa y el subtítulo que resume la lógica reinante: “todo esto por menos de 10 mil pesos”.
¿Hacia dónde va este juego? Tal vez hacia una cultura del ahorro 2.0, donde ser inteligente no es saber qué comprar, sino cuándo. O quizás estamos simplemente atrapados en una nueva forma de ansiedad: la del descuento perdido. Esa que nos hace comprar con culpa, stockear con nerviosismo y aplaudirnos por gastar menos, incluso cuando no íbamos a gastar nada.
Lo que viene suena futurista, pero huele a trampa: algoritmos que predicen cuándo bajará el precio de un colchón, influencers que rastrean rebajas minuto a minuto, apps que estudian tu comportamiento y te sugieren el mejor momento para llenar el carrito.