Si hay algo que todos asociamos con Ikea —además de muebles imposibles de armar sin pelear con uno mismo— son los mini lápices de madera que la tienda ofrece gratis para tomar notas en los catálogos. Son chiquitos, simples y no parecen gran cosa. Sin embargo, estos lápices protagonizaron una de las anécdotas más insólitas del mundo del retail: hubo un momento en que Ikea se quedó sin stock porque la gente se los llevaba en cantidades absurdas.
Durante años, la empresa estimaba que los clientes tomaban “uno o dos” para anotar medidas. Pero en la década del 2000, un informe interno reveló lo impensado: se estaban llevando millones de lápices más de los que la compañía distribuía en proporción al flujo normal de clientes. La gente directamente los guardaba en bolsos, bolsillos y carteras como si fueran recuerdos de museo. Algunos incluso juntaban decenas para usarlos como souvenirs, para decorar, o —en casos extremos— para venderlos online como objetos de colección.
En 2012, cuando Ikea abrió una megatienda en Londres, los empleados descubrieron que las cajas de lápices desaparecían en cuestión de horas. Llegaron a perder hasta 14 millones de lápices por año. La situación se volvió tan curiosa que la empresa tuvo que revisar toda su logística, aumentar producción y limitar la cantidad disponible en las bandejas.
Lo más llamativo es que, lejos de enojarse, Ikea aprovechó el caos para reírse de sí misma. Sacó campañas publicitarias celebrando el “amor irracional por los mini lápices” y hasta lanzó versiones especiales como edición limitada. Hoy, esos lápices siguen ahí, modestos y gratuitos, convertidos en uno de los souvenirs más robados —y más queridos— del mundo.
