El cielo dejó de ser un territorio silencioso y estable. Durante la última década, el crecimiento acelerado de satélites en la órbita baja transformó un espacio relativamente ordenado en un entorno saturado, dinámico y cargado de riesgos. Lo que comenzó como una carrera por mejorar las telecomunicaciones se convirtió en un fenómeno con impacto científico, ambiental y de seguridad planetaria.
La NASA, centros de investigación y especialistas independientes coinciden en que el volumen de objetos en órbita ya afecta la observación astronómica, genera peligros para misiones activas y multiplica los incidentes por caída de restos. En los últimos años, fragmentos de satélites y cohetes cayeron en zonas habitadas de Estados Unidos, Polonia y Canadá, un indicio del riesgo creciente que representa la basura espacial.
Los telescopios espaciales —creados para mirar el universo sin la distorsión de la atmósfera— enfrentan ahora un obstáculo inesperado: las estelas luminosas de miles de satélites comerciales que irrumpen en sus imágenes y comprometen la calidad de los datos. Y mientras la comunidad científica intenta distinguir galaxias, asteroides o explosiones distantes, la acumulación de objetos muertos en órbita suma un peligro adicional tanto en el espacio como en la superficie terrestre.
En este contexto, la detección de asteroides potencialmente peligrosos dejó de ser una cuestión técnica para convertirse en una preocupación global.
Telescopios saturados y un experimento involuntario en la órbita
La alarma se encendió con un estudio de la NASA publicado en Nature, que proyectó la cantidad de lanzamientos de satélites aprobados para los próximos diez años. El resultado fue contundente: el número de objetos en órbita se multiplicará por 37. La mayor parte corresponde a megaconstelaciones destinadas a ofrecer internet satelital, con Starlink —de SpaceX— a la cabeza, seguido por proyectos de otros países y empresas.
“Que Elon Musk haya empezado a lanzar tantos satélites ha provocado que otras potencias digan ‘ahora voy yo’”, resumió Alejandro Sánchez, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía (CSIC). Para él, el crecimiento exponencial representa un problema “muy grave” porque “nos deja ciegos”. Un ejemplo concreto es el telescopio espacial Hubble, fundamental para estudiar galaxias lejanas y monitorear asteroides cercanos a la Tierra: la NASA estima que los satélites ya interfieren en la mitad de sus imágenes.
El nuevo estudio profundiza la advertencia. Un equipo dirigido por Alejandro Borlaff, del Centro Ames de la NASA, simuló 18 meses de observaciones desde cuatro telescopios ubicados en órbita baja —Hubble, SPHEREx, Xuntian y ARRAKIHS— para analizar cómo evoluciona la contaminación según diferentes densidades de satélites. Los resultados sorprendieron incluso a especialistas: con los 560.000 satélites ya previstos, entre el 40% y el 96% de las imágenes presentarán estelas. En algunos instrumentos, una sola foto podría contener hasta 92 trazos. Cuando la simulación se extiende a un millón de satélites, esa cifra llega a 165 por imagen.
Para Patrick Seitzer, astrónomo de la Universidad de Michigan, los resultados son “realmente aterradores”, no por dramatismo, sino porque la saturación puede llevar a confundir satélites con asteroides peligrosos. Borlaff lo expresó sin rodeos: “si las imágenes están llenas de asteroides falsos, es muy posible que uno real pase desapercibido”.
Las estelas también dificultan la detección de fenómenos fugaces como estallidos de rayos gamma, claves para entender la estructura del universo. La NASA describe este fenómeno como un “experimento de geoingeniería descontrolado”: la luz reflejada por miles de satélites modifica el cielo nocturno y la presencia masiva de objetos muertos genera un cinturón artificial sin precedentes en la historia del planeta.
A esto se suman las consecuencias culturales y ambientales: muchos satélites ya son visibles a simple vista y alteran la percepción del cielo, afectando comunidades astronómicas, científicas e incluso indígenas que sostienen prácticas vinculadas a la observación del firmamento.
Una órbita congestionada y un riesgo que cae del cielo
La saturación orbital obligó a los satélites operativos a realizar un número creciente de maniobras de evasión. Solo en la primera mitad de 2025, SpaceX reportó más de 144.000 maniobras, una cada dos minutos, reflejo de un cielo convertido en autopista abarrotada.
De los cientos de miles de objetos en órbita, solo entre 7.000 y 13.000 pueden maniobrar. El 94% restante corresponde a basura espacial: satélites inactivos, restos de cohetes, fragmentos de colisiones y piezas liberadas durante misiones. Muchos permanecen durante décadas y funcionan como proyectiles incontrolables que pueden impactar a gran velocidad cualquier nave operativa.
En la superficie terrestre, el riesgo tampoco es menor. En 2023, un fragmento metálico de 0,7 kilos perforó el techo de una casa en Florida; la NASA confirmó que provenía de una batería descartada desde la Estación Espacial Internacional. En 2024, partes de un cohete Falcon 9 cayeron en Polonia, y fragmentos de un satélite Starlink aparecieron en una granja de Saskatchewan, Canadá. Casos similares se registraron en Australia y África.
James Beck, de Belstead Research, señala que “no entendemos completamente el riesgo de los impactos de basura espacial”, y advierte que podría ser mayor de lo que se admite. Aunque SpaceX afirma que sus satélites se desintegran por completo, estudios de túneles de viento muestran que componentes como piezas de titanio pueden sobrevivir al reingreso. Para satélites de 800 kilos, podrían caer dos o tres fragmentos significativos.
Un estudio dirigido por Aaron Boley, de la Universidad de British Columbia, estimó que áreas densamente pobladas del hemisferio norte tienen un 26% anual de probabilidades de registrar al menos una caída riesgosa. Y si las megaconstelaciones no se desintegran totalmente, la probabilidad de que una persona resulte herida o muerta por basura espacial podría alcanzar el 10% anual hacia 2035. Cálculos similares de la FAA prevén un caso cada dos años.
Con casi 13.000 satélites activos hoy y proyecciones que superan los 100.000 para la próxima década, la órbita baja se volvió un ecosistema vulnerable. La Agencia Espacial Europea estima que hoy caen tres piezas de satélites o cohetes por día, y proyecta que hacia mediados de la década de 2030 podrían caer decenas diarias.
El panorama combina un impacto científico profundo, riesgos ambientales y amenazas crecientes para la seguridad. La actividad espacial dejó de ser un dominio exclusivo de agencias gubernamentales para adquirir una escala industrial que demanda regulaciones urgentes.
La próxima década será decisiva para determinar si la órbita baja puede mantenerse utilizable o si se convertirá en un entorno saturado donde cada misión pierde eficacia. En un planeta que depende de los satélites para comunicaciones, clima, navegación y defensa, el futuro del cielo orbital influye directamente en la vida cotidiana de la Tierra.
