Para muchas personas, dormir no es un proceso natural ni sencillo. Al apoyar la cabeza en la almohada aparecen el estrés, las preocupaciones y la imposibilidad de desconectar la mente. Ese mismo insomnio aumenta la ansiedad y se forma un ciclo difícil de romper. El insomnio, uno de los trastornos del sueño más frecuentes, se caracteriza por la dificultad persistente para conciliar el sueño, mantenerlo o lograr un descanso reparador, y afecta de manera directa la calidad de vida.
Según la Asociación Estadounidense de Ansiedad y Depresión, los síntomas van más allá de la fatiga: incluye problemas de concentración, irritabilidad y una marcada caída en el rendimiento diario. Ahora, una nueva investigación aporta evidencia sobre por qué algunas personas no logran “apagar” su mente por la noche.
Un reciente estudio de la Universidad del Sur de Australia (UniSA), publicado en Sleep Medicine, reveló que las dificultades para reducir la actividad mental en personas con insomnio podrían estar relacionadas con alteraciones en los ritmos de pensamiento de 24 horas, es decir, en su ritmo circadiano cognitivo. Es la primera vez que se mapea cómo fluctúa la actividad mental a lo largo del día en individuos con insomnio crónico en comparación con personas que duermen bien.
El estudio analizó a 32 adultos mayores —16 con insomnio y 16 con sueño saludable— bajo un protocolo estricto de 24 horas de reposo en cama. Los participantes permanecieron en cuartos con baja iluminación, controles alimentarios y rutinas reguladas, completando listas de verificación horarias sobre su estado mental.
Los resultados fueron claros: aunque ambos grupos mostraron patrones circadianos similares, con picos de actividad cognitiva por la tarde y caídas durante la madrugada, quienes padecían insomnio exhibieron un retraso significativo. Según el profesor e investigador principal, Kurt Lushington, sus pensamientos “se mantuvieron más parecidos a los del día durante la noche, cuando el cerebro debería entrar en calma”. En estos individuos, el pico cognitivo se desplazó aproximadamente seis horas y media, lo que podría explicar por qué permanecen mentalmente activos cuando deberían estar desconectando.
Lushington remarcó: “Dormir no es solo cerrar los ojos. Es permitir que el cerebro se desvincule del pensamiento objetivo y la implicación emocional”. En el insomnio, esa capacidad de desconexión estaría reducida y retrasada debido a anomalías en el ritmo circadiano.
La profesora Jill Dorrian, coautora del estudio, señaló que estos hallazgos abren nuevas posibilidades terapéuticas, como el uso programado de exposición a la luz o la implementación de rutinas diarias más estructuradas, con el objetivo de restablecer el equilibrio entre el día y la noche en los patrones de pensamiento. También destacó la utilidad de prácticas como la atención plena (mindfulness) para reducir la actividad mental en horario nocturno.
Los investigadores concluyeron que, si bien los tratamientos actuales para el insomnio suelen centrarse en estrategias conductuales, los futuros abordajes podrían beneficiarse de intervenciones personalizadas que integren factores circadianos y cognitivos, ofreciendo potencialmente una solución más completa para quienes sufren este trastorno.
La Asociación Estadounidense de Ansiedad y Depresión recomendó además incorporar hábitos que disminuyan el estrés y preparen al cuerpo para descansar: meditación, ejercicio regular, planificación de tareas, música relajante, actividades que desvíen la ansiedad y una rutina nocturna consistente en un ambiente fresco, oscuro y silencioso.
