😮 Parece una historia salida de Los Simpson, pero ocurrió de verdad: en los años noventa, Pepsi lanzó su promoción “Pepsi Points”, en la que los consumidores podían canjear puntos acumulados por productos de la marca. Hasta ahí, todo normal: buzos, lentes, mochilas… Pero el comercial cerraba con una imagen explosiva: un jet Harrier, valorado en 33 millones de dólares, por apenas 7 millones de puntos. ¿Chiste visual? Claro. ¿Aclaración legal? Ninguna. Ni una letra chica.
🧠 Ahí es donde entra John Leonard, un estudiante estadounidense que no solo se tomó el anuncio en serio, sino que también encontró el vacío legal perfecto. En lugar de comprar miles de latas, se asoció con inversionistas, reunió los fondos para adquirir los puntos directamente (la letra legal lo permitía), y envió su formulario reclamando el premio: el avión de combate.
🥤 Pepsi, al recibir la solicitud, no lo podía creer. Argumentaron que era una broma y que “nadie en su sano juicio pensaría que regalaban un jet”. Pero John no se achicó: si no lo aclararon, entonces deberían cumplir. La disputa terminó en tribunales y, aunque no ganó el jet, su caso pasó a la historia del marketing y se sigue estudiando en universidades de derecho y publicidad por el insólito cruce entre legalidad y sentido común.
📚 Curiosidad que vale oro:
Este caso fue tan icónico que inspiró el documental Pepsi, Where’s My Jet?, disponible en plataformas de streaming. Y por si fuera poco, desde ese incidente, todas las marcas comenzaron a poner cláusulas y letras chicas hasta en los chistes más absurdos. 😅
