“De la oficina al entretenimiento para adultos: la historia de Aguz Tana, la mujer que convirtió su intimidad en un negocio y ahora enseña empatía a los hombres”

Durante años, Aguz Tana creyó que su destino estaba atado a un escritorio, a un monitor y a un horario fijo de nueve horas en pleno centro porteño. Vivía atrapada en la rutina clásica de oficina: despertarse antes del amanecer, viajar en un colectivo atestado, cumplir una jornada eterna y volver a casa cuando el día ya estaba perdido. Incluso después de intentar su propio emprendimiento de seguros —un proyecto que la pandemia destruyó—, sentía que “trabajaba para sostener la vida de otros”.

Hasta que un día, casi por accidente, esa realidad se quebró y terminó involucrada en un rubro impensado: la venta de contenido sexual para adultos.

La historia de Aguz no nació de una vocación ni de un plan deliberado, sino del juego, del deseo compartido con su entonces pareja y de la curiosidad que ambos tenían por explorar el mundo swinger. “Nos pasábamos videos con otras parejas para ver si había onda”, contó. Eran registros íntimos, amateurs, destinados únicamente a coordinar encuentros.

Una de esas parejas cambió su destino con una propuesta inesperada: querían comprarle un video, y le ofrecían mucho dinero. Aquello que comenzó como sorpresa se volvió una puerta abierta a otra vida. Sin tener claro qué era OnlyFans ni cómo funcionaba la venta de contenido sexual, supo que había encontrado una alternativa económica que no podía ignorar. “Imaginate que en un día gano lo mismo que en un mes de oficina”, explicó.

Al principio apostó al anonimato: abrió dos cuentas —una gratuita y otra VIP— y bloqueó el acceso desde ciudades argentinas. No quería exponerse. Su estilo era crudo, real, sin producción: cámara en mano, luz natural y escenas inspiradas en experiencias reales. Pronto entendió que esa autenticidad era su marca diferencial.

Sin representantes ni productores, creó una comunidad fiel que pagaba por sus historias sexualizadas, cada una presentada como un pequeño relato. A quienes participaban, les hacía firmar consentimientos y compartía parte de las ganancias. Entre sus videos más exitosos hubo colaboraciones virales, un episodio polémico con Tomás Holder y un clip grabado con un profesor de snorkel en Brasil, que recaudó alrededor de USD 10.000.

Hoy, Aguz gana entre USD 2.500 y USD 3.000 en meses flojos, y entre USD 12.000 y USD 15.000 cuando dedica tiempo a producir, editar, promocionar y responder mensajes. Después de años de trabajo solitario, contrató un pequeño equipo para facturación y marketing, y reinvierte en propiedades y ahorros de largo plazo.

Sin embargo, la exposición empezó a desgastarla. Con una nueva pareja —ajena al mundo del porno, pero sin prejuicios— comenzó a replantearse su futuro, sus deseos y la posibilidad de volver a ser madre. “Encontrar a alguien que sabe que medio país te vio desnuda y aun así te mira sin juzgar… eso es un regalo”, dijo.

Ese proceso personal derivó en un giro profesional: ahora también da cursos para hombres sobre empatía, consentimiento, lectura emocional y respeto por los tiempos de una mujer. En Instagram, responde preguntas, arma vivos y desarrolla material para “ayudar a los hombres para, finalmente, ayudar a las mujeres”.

A sus 34 años, con tres hijos y una vida completamente distinta a la que imaginó, Aguz sabe que lo que subió a internet quedará para siempre. No lo lamenta: lo asume con conciencia. “Si te vas a meter en este mundo tenés que estar segura de que no te vas a arrepentir. Porque cuando subís algo, perdés el control para siempre”, aconsejó a quienes desean comenzar.

Lo que no cambiará es la certeza que la acompaña desde aquel primer video vendido: que la vida puede romperse y reinventarse tantas veces como una quiera. Y ella eligió reinventarse.