Decir “no” puede parecer un acto simple, pero para muchas personas implica un desafío emocional y social profundo. La dificultad para negarse influye en decisiones cotidianas, como aceptar un café mal preparado, y también en cuestiones más complejas, como resistir la presión de una autoridad o de un grupo.
Según la profesora Sunita Sah, especialista en gestión y organizaciones de la Universidad de Cornell y autora del libro Defy: The Power of No in a World that Demands Yes, esta tendencia a complacer se origina en la infancia, cuando la obediencia se asocia con “ser bueno”.
En una entrevista con Scientific American, Sah explicó que este aprendizaje temprano puede limitar la capacidad de actuar conforme a los propios valores, especialmente cuando hay presión social o jerárquica. “A muchas personas nunca se les enseñó a decir no”, resume la investigadora.
El origen de la obediencia
Sah relata que su interés por el tema nació de su propia experiencia: fue una hija y estudiante obediente, acostumbrada a cumplir órdenes para evitar el conflicto. Esa actitud la llevó incluso a estudiar medicina por expectativas ajenas. Años más tarde, su trabajo se enfocó en los dilemas éticos entre la industria y la medicina, y en cómo la conformidad moldea las decisiones humanas.
Sus investigaciones abarcan desde el sector sanitario hasta la justicia penal, y han revelado un patrón común: las personas tienden a ajustarse a las expectativas del entorno, incluso cuando eso contradice sus propios valores.
El experimento de Milgram y la obediencia extrema
El tema de la obediencia ha sido ampliamente explorado desde el histórico experimento de Stanley Milgram en los años 60, que buscó entender cómo personas comunes podían cometer actos atroces bajo órdenes.
En ese estudio, los participantes —que creían estar administrando descargas eléctricas a otra persona— llegaron, en su mayoría, hasta el máximo nivel de voltaje, pese a las protestas del supuesto “alumno”.
Sah destaca que los voluntarios no eran “personas crueles”, sino individuos que experimentaban ansiedad, incomodidad y culpa, pero carecían de herramientas para desafiar la autoridad.
El peso de la presión social
La presión para conformarse sigue vigente. En experimentos actuales, Sah comprobó que hasta el 85% de las personas cambia su elección en una decisión trivial si alguien desconocido recomienda una opción diferente.
En entornos profesionales, como el sanitario, nueve de cada diez trabajadores admiten sentir incomodidad para señalar errores de colegas o superiores.
Sah identifica tres causas principales de esta dificultad:
- La presión social y el miedo a generar rechazo.
- La confusión entre consentimiento y conformidad, que lleva a aceptar para evitar conflicto.
- La falta de entrenamiento para oponerse de forma constructiva.
Ansiedad por insinuación: el miedo a parecer desconfiado
La experta define un concepto clave: la “ansiedad por insinuación”, una fuerza psicológica que refuerza el temor a que rechazar una sugerencia sea interpretado como falta de confianza o respeto.
Esta ansiedad aparece tanto ante figuras de autoridad como en vínculos cotidianos —con amigos, familiares o desconocidos— y puede llevar a aceptar lo que en realidad se desea rechazar.
Cómo entrenar la capacidad de “desafiar”
Para Sah, aprender a decir “no” requiere práctica. Recomienda empezar por pequeños actos de defiancia positiva, como corregir un pedido erróneo o expresar desacuerdo en contextos de bajo riesgo.
“La capacidad de desafiar —explica— es actuar de acuerdo con tus verdaderos valores, especialmente cuando hay presión para hacer lo contrario.”
La autora también insiste en redefinir el concepto de desafío: dejar de verlo como un gesto agresivo y entenderlo como una forma saludable de integridad personal.
El rol de los padres y la sociedad
Sah subraya que el cambio debe comenzar en la infancia. Los padres, docentes y adultos de referencia pueden enseñar a los niños a cuestionar con respeto, modelando comportamientos donde el desacuerdo no sea castigado, sino comprendido.
Relata un ejemplo personal: su madre, a quien consideraba sumisa, enfrentó un día a un grupo de adolescentes que intentó intimidarlas. Ese acto de valentía silenciosa, dice Sah, le enseñó más sobre el poder del “no” que cualquier teoría.
Una habilidad que puede transformar comunidades
La investigadora sostiene que ejercitar la defiancia positiva puede tener impacto social: fomenta la empatía, la justicia y la autonomía colectiva. “Cada decisión de consentir o disentir contribuye a definir la sociedad en la que vivimos”, concluye.
Con su libro y sus investigaciones, Sah busca que aprender a decir “no” deje de verse como un desafío y pase a considerarse una habilidad esencial para vivir con coherencia y libertad.
