La fragilidad ósea acompaña a la humanidad desde el Neolítico, según un estudio arqueológico

Un paseo por cualquier farmacia revela una realidad: los suplementos de calcio y vitamina D abundan, junto con mensajes que alertan sobre la importancia de cuidar los huesos frente al sedentarismo actual. Sin embargo, un nuevo estudio arqueológico publicado en Science Advances pone en duda esta visión moderna: la fragilidad ósea sería tan antigua como la civilización misma.


Un fenómeno que atraviesa milenios

El análisis de 1.881 esqueletos humanos de diferentes épocas demuestra que la debilidad de los huesos no es una consecuencia exclusiva de la vida moderna. Investigadores de Europa, encabezados por Vladimír Sládek, compararon restos de agricultores, pastores y habitantes urbanos de los últimos 9.000 años, concluyendo que el envejecimiento estructural óseo se mantuvo prácticamente igual a lo largo del tiempo.

Los especialistas analizaron húmeros, fémures y tibias, observando tanto sus formas externas como su estructura interna para determinar su resistencia. Aunque los modos de vida cambiaron radicalmente, la pérdida de densidad y fortaleza ósea siguió un patrón biológico constante.


Procesos biológicos más que hábitos

El estudio señala que el cuerpo humano intenta compensar la pérdida de masa ósea mediante un mecanismo llamado aposición subperióstica, que genera nuevo tejido y amplía el diámetro del hueso. Sin embargo, este proceso no logra equilibrar la pérdida interna provocada por la reabsorción ósea.

De este modo, la fragilidad no depende tanto del nivel de actividad física o del estilo de vida, sino de procesos evolutivos y biológicos profundamente arraigados en la especie humana.


La adolescencia: etapa clave para la fortaleza ósea

Uno de los hallazgos más relevantes del equipo fue identificar que el esqueleto alcanza su máxima fortaleza durante la adolescencia. La formación de huesos fuertes y de tamaño adecuado en esta etapa es determinante para la salud futura. En cambio, un desarrollo insuficiente durante la infancia y adolescencia aumenta el riesgo de osteoporosis y otras enfermedades óseas en la adultez.


Diferencias entre hombres y mujeres

El estudio también evidenció diferencias marcadas entre sexos y tipos de hueso. Las mujeres presentan desde jóvenes huesos menos robustos que los hombres, especialmente en húmeros y tibias, y experimentan una pérdida de resistencia más acelerada con la edad.

En cambio, el fémur, el hueso más resistente del cuerpo, mostró una mejor capacidad para conservar su estructura a lo largo de la vida, tanto en hombres como en mujeres. Esto sugiere que el envejecimiento óseo afecta de manera desigual las distintas partes del cuerpo.


Actividad física y evolución

Contrariamente a las creencias populares, el nivel de actividad física —ya sea intenso o moderado— no modificó sustancialmente el patrón de pérdida ósea a lo largo de los milenios. Incluso las poblaciones más activas del Neolítico presentaban niveles de fragilidad similares a los de épocas más recientes.

Para los investigadores, la actividad física puede ayudar a mantener la masa ósea, pero no constituye una defensa infalible frente al desgaste natural del tiempo.


Implicaciones médicas y evolución humana

Los resultados de esta investigación invitan a repensar la visión contemporánea sobre los huesos y el sedentarismo. Reconocer que la fragilidad ósea forma parte de la biología humana puede abrir el camino hacia estrategias más efectivas de prevención.

El estudio destaca la importancia de la nutrición y la actividad física en la infancia y adolescencia, etapas decisivas para construir huesos fuertes y reducir el impacto del envejecimiento estructural.

Desde una perspectiva histórica, los autores remarcan que comprender la evolución del esqueleto humano permite entender mejor los desafíos actuales de la salud ósea, desmontando la idea de que la fragilidad es un problema moderno.


Una constante en la historia humana

La fragilidad ósea, lejos de ser una consecuencia del confort del siglo XXI, se revela como una constante biológica y evolutiva. Este hallazgo no solo redefine lo que entendemos sobre nuestros cuerpos, sino que también aporta información valiosa para las futuras generaciones.