La nuez pecán, originaria de América del Norte, se ha convertido en una aliada clave para la salud y en un cultivo en expansión dentro de la Argentina. Investigadores de la Universidad Estatal de Pensilvania demostraron que incorporar alrededor de 57 gramos diarios a la dieta contribuye a mejorar los marcadores cardiovasculares y a disminuir el riesgo de resistencia a la insulina, dos factores esenciales en la prevención de enfermedades crónicas.
Pero más allá de sus beneficios nutricionales, esta semilla guarda un lazo histórico con el país. Fue Domingo Faustino Sarmiento quien, en el siglo XIX, impulsó la introducción de la especie al considerarla un árbol de gran valor económico y cultural. Hoy, su visión parece materializarse: la producción local de nuez pecán ya supera las 4.000 toneladas anuales, con presencia en provincias como Entre Ríos, Buenos Aires y Corrientes.
En paralelo, el interés por este fruto seco se multiplica tanto en el mercado interno como en las exportaciones. Incluso algunas figuras del mundo artístico, como Abel Pintos, se han convertido en embajadores de su consumo, acercando la nuez pecán a nuevas generaciones y reforzando su presencia en la gastronomía cotidiana.
De sabor suave y con un perfil graso rico en ácidos monoinsaturados, la pecán no solo es una opción nutritiva, sino también versátil: puede incorporarse a ensaladas, panes, postres o consumirse al natural. Y todo indica que su futuro será aún más prometedor: la ciencia respalda sus propiedades y la producción nacional se afianza como un motor en crecimiento.
En definitiva, la nuez pecán es mucho más que un alimento: es un puente entre tradición e innovación, con raíces históricas, respaldo científico y un presente productivo que la coloca entre los superalimentos del futuro.