“No podés respirar. Te tiemblan las manos. Sentís que te vas a morir. Pero es tu cuerpo tratando de decirte algo.”
En los últimos años, los ataques de pánico se han convertido en una de las principales causas de consulta en salud mental. Afectan a personas de todas las edades, incluso a quienes nunca habían experimentado ansiedad de forma severa. La sensación es devastadora: el corazón se acelera, falta el aire, se nubla la vista. Parece un infarto, pero no lo es. Es el cuerpo encendiendo todas sus alarmas al mismo tiempo.
El estrés que no se apaga
En su raíz, el ataque de pánico es una reacción extrema del sistema nervioso a un nivel de estrés que ya se volvió crónico. Vivimos en estado de alerta constante: trabajo, estudios, noticias, redes sociales, presiones personales. El cuerpo se adapta a ese ritmo… hasta que un día, colapsa. Y lo hace sin previo aviso.
Lo que antes era una señal ocasional –un nudo en la garganta, un leve insomnio– ahora se transforma en una respuesta física abrumadora. Lo que vivimos no es simplemente “estar nerviosos”. Es vivir sin pausa, sin espacio para procesar.
Síntomas que hablan por nosotros
Un ataque de pánico no se trata solo de ansiedad mental. Es un evento físico real. Los síntomas más frecuentes incluyen:
- Palpitaciones o taquicardia
- Dificultad para respirar o sensación de ahogo
- Mareos o despersonalización (sentir que uno no está en su cuerpo)
- Temblores, sudoración excesiva
- Miedo intenso a morir, perder el control o volverse loco
Muchas personas terminan en guardias médicas pensando que están teniendo un infarto. Y aunque los estudios clínicos no muestran anomalías, el sufrimiento es real.
Nuevos detonantes silenciosos
Vivimos expuestos a estímulos constantes: notificaciones, malas noticias, exigencias, comparación social. La hiperconectividad no solo nos agota, sino que también nos mantiene en un estado de tensión que nunca baja del todo.
La pandemia y el aislamiento también dejaron secuelas invisibles. Muchos cuerpos aprendieron a mantenerse alerta todo el tiempo, y ese estado no desapareció cuando volvimos a la “normalidad”.
¿Qué hacer ante un ataque de pánico?
Lo primero es entender que el ataque de pánico, aunque aterrador, no pone en riesgo tu vida. Respirar profundo, intentar anclarse al presente (a través de objetos, sonidos o el tacto), y recordar que va a pasar, son los primeros pasos para atravesarlo.
Pero lo más importante es buscar ayuda profesional. Los ataques de pánico son señales de algo más profundo: estrés acumulado, emociones no expresadas, exigencias desmedidas.
Escuchar el cuerpo: una forma de autocuidado
Durante años aprendimos a silenciar las señales del cuerpo. A seguir funcionando. A no frenar. Pero cada ataque de pánico es un mensaje claro: algo necesita atención urgente. No es debilidad. No es exageración. Es supervivencia.