En el Día Mundial del Medio Ambiente, la ciencia lanzó un mensaje incómodo pero ineludible: el calentamiento global no solo avanza, sino que podría romper su límite más simbólico antes de que termine esta década. Según el último informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), hay un 70 % de probabilidades de que entre 2025 y 2029 la temperatura global supere, al menos un año, los 1,5 °C sobre los niveles preindustriales, lo que significaría cruzar el umbral acordado en París en 2015. En otras palabras, lo que debía evitarse a toda costa está a punto de suceder.

La advertencia no llega sola: se suma a un estudio publicado en Nature que proyecta cómo millones de niños vivirán expuestos a olas de calor, inundaciones y sequías extremas durante toda su vida. La generación nacida en este siglo habitará un planeta que, paradójicamente, fue más cálido antes de su primer recuerdo que después del último suspiro de quienes lo calentaron.
Calor extremo, desigualdad extrema
Las cifras son elocuentes, pero la injusticia también lo es. El informe revela que el impacto del calentamiento será más severo en las regiones tropicales, y sobre todo entre los grupos más vulnerables: los niños, los pobres y las comunidades rurales. Un 95 % de los niños nacidos en 2020 en contextos de alta privación sufrirán calor extremo en sus vidas. En cambio, esa cifra cae al 78 % entre los nacidos en entornos privilegiados. La crisis climática, como casi todas, también discrimina.
Además, si el planeta alcanza un calentamiento de 3,5 °C hacia 2100 —como proyectan los modelos actuales si no se revierten las tendencias—, el 92 % de los nacidos en 2020 vivirán bajo olas de calor extremas con regularidad. En ese escenario, ningún rincón del mundo sería inmune.

El Ártico se derrite, la Amazonía se seca
El calentamiento no ocurre de forma pareja: el Ártico se calienta 3,5 veces más rápido que el promedio mundial, mientras que la pérdida de hielo marino reduce la capacidad del planeta para reflejar el calor solar. A la vez, zonas como la Amazonía enfrentan sequías más intensas, y otras regiones como Europa del norte o partes de Asia ya comienzan a registrar lluvias históricas.
El informe también anticipa que 2025 probablemente será uno de los tres años más cálidos jamás registrados, con un 86 % de probabilidad de superar el umbral de 1,5 °C al menos una vez en los próximos cinco años. La cifra más inquietante, sin embargo, es otra: por primera vez, los modelos climáticos incluyen una posibilidad —aunque baja, del 1 %— de que un año alcance los 2 °C de aumento global antes de 2030.

¿Y ahora qué?
A pesar del panorama sombrío, los científicos insisten en que la meta del Acuerdo de París aún es alcanzable. Pero no con buenas intenciones ni promesas diplomáticas: solo con una reducción inmediata, sostenida y drástica de las emisiones de combustibles fósiles.
El planeta está en una carrera contra el tiempo, donde cada décima de grado importa, y donde cada año sin acción añade sufrimiento a generaciones enteras. El calentamiento no es una línea recta: es una espiral que se acelera.
Tal vez la pregunta más honesta no sea si superaremos los 1,5 °C, sino cómo vamos a vivir —y sobrevivir— después de haberlo hecho.