“100 maneras de cocinar papa, idea 55” se volvió una frase viral que refleja la creatividad (y obsesión) de las redes por reinventar platos clásicos. En un mundo donde cada día aparece una nueva receta viral, la cocina casera se transforma en un laboratorio de experimentos que influye en lo que ponemos en el plato y cómo nos conectamos con la comida.
En los últimos años, la cocina casera volvió a ganar protagonismo, y no solo por la pandemia, sino gracias a la explosión de contenido culinario en redes sociales. TikTok, Instagram y YouTube se convirtieron en vitrinas de recetas fáciles, rápidas y con un toque visual irresistible. Platos simples como la tortilla de papa, el pan de ajo, o recetas más exóticas, como los “pasta chips” o el “dalgona coffee”, se viralizan y generan comunidades enteras alrededor de un plato.
Este fenómeno no es solo cuestión de tendencias: responde a una necesidad social. Vivimos en un mundo donde la comida rápida y las opciones para llevar dominan, pero las redes nos ofrecen una especie de contracultura culinaria: volver a la casa, al sabor propio, al ritual de cocinar. Y eso está cambiando la forma en que planificamos y preparamos nuestras comidas diarias.
No es raro que muchos usuarios guarden “carpetas” digitales con sus recetas favoritas, listas para esos días en que la creatividad falta o la rutina aprieta. Estas colecciones son compartidas, comentadas y adaptadas en comunidad, generando un sentido de pertenencia que va más allá del simple acto de cocinar.
María J., nutricionista y creadora de contenido gastronómico, comenta: “Las redes están acercando la cocina a gente que antes no se animaba. Ver videos cortos con pasos claros y rápidos hace que la experiencia sea accesible y motivadora.”
Pero también hay una cara más compleja: la presión por probar todas las recetas virales puede generar ansiedad o frustración, y la sobreexposición a ciertos platos puede uniformar los gustos y olvidar la diversidad cultural gastronómica.
En definitiva, las recetas virales están modificando nuestra relación con la comida, transformando el acto de cocinar en un espacio social, creativo y a la vez un poco competitivo. ¿El resultado? Más gente en la cocina, experimentando, aprendiendo y, sobre todo, compartiendo.