Vivimos en una era de hiperconexión. Pero nunca hubo tantos mensajes escritos y no enviados, conversaciones empezadas y abandonadas, silencios digitales llenos de ruido emocional.
Una investigación de la Universidad de Chicago encontró que el 47% de los usuarios de mensajería instantánea (WhatsApp, Telegram, Messenger) han redactado mensajes que nunca enviaron.
Algunos por prudencia. Otros por cobardía. Y muchos porque, a mitad de camino, ya no valía la pena.

El mensaje borrado es el nuevo “mejor dejarlo así”
Escribimos “¿cómo estás?” y lo borramos. “¿Podemos hablar?”, lo dejamos en suspenso. En vez de enfrentar, editamos. En lugar de decir, corregimos. El chat, como un campo minado emocional, está lleno de bombas que decidimos no detonar.
¿Y qué pasa cuando alguien no contesta? En los 2000 se llamaba silencio. Hoy tiene nombre: ghosting. Según datos del Pew Research Center, el 65% de los jóvenes entre 18 y 29 años ha sido “ghosteado”. O sea: una desaparición sin explicación.
Pero el problema no es solo que el otro desaparezca. Es que nosotros también lo hacemos.

Comunicación permanente, conexión frágil
Tener acceso constante a las personas no significa estar cerca. De hecho, el fenómeno se invierte: cuanto más disponibles estamos, menos valoramos las conversaciones. Todo se posterga, todo puede esperar, todo se responde “después”.
Y ese después muchas veces es nunca.
El silencio como decisión
En cada mensaje no enviado hay una historia. Una duda. Un enojo. Un amor que quiso volver. O no.
Pero también hay una paradoja: queremos ser escuchados, pero no sabemos hablar. Queremos respuestas, pero no preguntamos.
¿Y si el problema no es la falta de comunicación… sino el exceso de expectativa?

¿Querés enviar ese mensaje que escribiste y no mandaste?
¿Querés elegir una película sin que te la sugiera un robot?
Pequeños actos de rebeldía. Tal vez, ahí empiece otra forma de vivir.