Enamorarse de tu terapeuta: una historia incómoda que no para de resonar

Hay amores que no se dicen, deseos que se disfrazan de admiración y vínculos que, aunque parezcan terapéuticos, rozan el abismo emocional. En su primera novela, Happiness Forever, la autora británica Adelaide Faith abre la puerta a un tema tan sensible como real: el enamoramiento hacia la figura de la terapeuta. No es una historia de amor tradicional. Es un relato de obsesión, de reflejos, de todo lo que no nos animamos a decir cuando cerramos la puerta del consultorio.

Sylvie es una mujer común. Tiene un trabajo de esos que no suelen ser el centro de ninguna novela (atiende una clínica veterinaria), vive sola con un perro que sufrió daño cerebral, y se mueve por la vida con una especie de vacío que no sabe llenar. Hasta que aparece ella: su terapeuta. Una mujer elegante, distante, profesional. Todo lo que Sylvie desearía ser. Y ahí empieza todo: la idealización, la copia, la fantasía. El amor en silencio, sin contacto físico, pero con una intensidad que quema por dentro.

Faith no escribe sobre un romance. Escribe sobre una necesidad. La de sentirse vista, comprendida, escuchada. Y en ese reflejo, en esa proyección, aparece la figura de la terapeuta como un imán. Un personaje que nunca tiene nombre, pero que se convierte en el eje de la vida de Sylvie. Cada sesión se vuelve un evento emocional. Cada palabra, un código secreto. Cada silencio, un nuevo espacio para la ilusión.

La novela, escrita con una prosa sutil y casi poética, no busca grandes giros ni clímax dramáticos. Lo que construye es una atmósfera. Un clima íntimo que nos mete en la mente de una protagonista frágil, contradictoria, profundamente humana. Es imposible no reconocerse, aunque sea un poco, en esa búsqueda de conexión, en ese deseo de que alguien nos diga qué hacer con todo lo que sentimos.

Curtains, el perro de Sylvie, no es un simple acompañante. Es un espejo. Daño cerebral, dependencia, ternura. Lo cuida como si cuidara su propio caos. Y en esa rutina —alimentarlo, dormir a su lado, hablarle como si entendiera— también se ancla su supervivencia emocional. El mundo de Sylvie gira entre sus sesiones de terapia y el amor incondicional de su perro. Todo lo demás parece lejano, innecesario.

Adelaide Faith toma riesgos. Escribir sobre un tema así, con tanta crudeza emocional y sin caer en el morbo, no es tarea fácil. Pero lo logra. Y lo hace desde un lugar que no juzga, que simplemente observa. El libro no da respuestas. No plantea soluciones. Solo pone sobre la mesa algo que muchas personas viven y pocas se animan a contar: que a veces la persona que nos ayuda a sanar también se convierte en la que más daño puede hacernos, sin querer.

Happiness Forever no se parece a nada. Tiene algo de diario íntimo, algo de confesión, algo de novela de formación. Es un relato de vínculos modernos, pero también una crítica a cómo se gestionan las emociones en el mundo adulto. Y lo más inquietante: plantea que, incluso dentro del espacio más seguro y regulado —una terapia—, pueden nacer formas de dependencia que desdibujan los límites del amor y el autocuidado.

La novela se vuelve aún más poderosa cuando una recuerda que, según la propia autora, parte de esta historia nace de su experiencia personal en terapia. No como un testimonio, sino como un punto de partida emocional. Y eso se nota. En cada página hay una honestidad incómoda, una sensación de que lo que estamos leyendo, en algún rincón, nos ha pasado o podría pasarnos.

No es una novela para pasar el rato. Es una novela para sentarse y sentirse. Para incomodarse, para reflexionar, para entender que a veces el amor no se manifiesta con flores ni besos, sino con miradas que no se devuelven y silencios que gritan. Happiness Forever es una historia sobre lo que no se dice. Sobre lo que no debería pasar, pero pasa. Sobre los afectos raros, torcidos, y profundamente reales.