¿Te pasó de abrir la cámara y no reconocerte sin filtro? No estás solx.
En tiempos de hiperexposición, las apps de belleza ya no son un juego: son un espejo adulterado al que empezamos a creerle más que al real.
Los filtros “realistas” –esos que corrigen sin que se note, que afinan la nariz, suavizan la piel y agrandan los ojos– se convirtieron en el nuevo estándar. Y cuando nos miramos sin ellos, sentimos que algo falla.
El problema ya tiene nombre: dismorfia virtual, un fenómeno donde la autoimagen se ve afectada por la edición constante. Lo que antes era un “retoquecito” hoy es una máscara permanente. Y cuando la aprobación externa valida solo esas versiones retocadas, la autoestima se tambalea.
Según psicólogos y especialistas en imagen corporal, el uso habitual de filtros está empezando a afectar el modo en que las nuevas generaciones se perciben. Las comparaciones son inevitables, y la presión por responder a un ideal irreal se mete incluso en vínculos, entrevistas laborales, o citas.
La solución no es eliminar la tecnología, sino ser conscientes. Cuestionar los estándares. Abrazar nuestras caras reales. Volver a mirarnos sin capas digitales. Porque gustarnos como somos no debería sentirse como un acto de rebeldía.